Es difícil para nosotros hablar de los Padres Pasionistas sin ser invadidos por una mezcla de sentimientos: El orgullo de que desde nuestro país, desde nuestra comunidad vasca, pudiéramos ofrecer, durante más de cien años, la energía de unas personas extraordinarias capaces de hacer tanto y tan bueno en las peores circunstancias; la pena de ver cómo esa labor ciclópea, homérica, digna de reconocimientos sin fin, queda diluida en una sociedad que en demasiadas ocasiones se ciega por el brillo de las «baratijas» y vive ignorante de la riqueza, inmensa, que atesora en el corazón, y las obras, de muchas personas buenas; la admiración que sentimos desde jóvenes al saber del compromiso de muchos de ellos en la ayuda a los perseguidos por el franquismo: y también con la vergüenza personal de no haber conocido hasta hace poco ese trabajo extraordinario en el Amazonas, al menos en una aproximación a toda su magnitud.
En definitiva, sólo podemos hablar de los Pasionistas desde una «pasión» nacida de la admiración y el respeto por su obra y su compromiso humano. Después de todo, lo hemos comentado alguna vez, somos barakaldeses formados por los Salesianos, lo que hace que, lo decimos con orgullo, valoremos de una forma muy especial la labor misionera basada en la defensa del débil y en el compromiso con la Justicia social.
Escribimos este artículo en el primer aniversario del fallecimiento de Miguel Irizar C.P. Un gran pasionista y un gran vasco, comprometido con la «Iglesia de Jesús de Nazaret» nacida en el Concilio Vaticano II. Llego a ser obispo ente 1972 y 1989 del Vicariato de Yurimaguas situado en el corazón de la Amazonía peruana, nombrado después como obispo del Callao, en el corazón administrativo de Perú. Retirado en San Felicísimo de Deusto (Bilbao) fallecía el 19 de agosto de 2018, añorando su selva, a sus feligreses y a sus compañeros.
Escribimos este artículo usando esta triste efeméride como «excusa» con el objetivo de aportar nuestro pequeño grano de arena para conservar en la memoria colectiva vasca esta parte gloriosa de la historia de nuestra sociedad.
Hemos hablado mucho en nuestro blog de balleneros, pastores, exiliados, gudaris, … Hemos hablado, con respeto y orgullo, de muchas personas extraordinarias, conocidas o anónimas, que durante siglos hicieron que este pequeño pueblo, el nuestro, tuviera, y tenga, un papel protagonista en la Historia. En esa parte de «lo mejor» de nuestra Patria están muchas y muchos misioneros que entregaron su vida, incluso la perdieron, para ayudar a los que no tenían nada. Hemos hablado en muchas ocasiones de misioneros vascos, pero siempre tenemos la sensación de que nunca lo suficiente. Una sensación que se hace más intensa cuando pensamos en los Pasionistas.
Porque al mirar a estos 12 jóvenes que aparecen junto a Mons. Emilio Lissón, Obispo de Chachapoyas, en la fotografía que encabeza esta entrada del blog no podemos menos de preguntarnos si eran conscientes no ya de la obra excepcional que iban a iniciar, sino si conocían cuál era en realidad su destino. O, mejor dicho, cuál era la realidad de su destino.
Estos jóvenes vascos irían convencidos de que su misión era la de «convertir salvajes», la de «salvar almas». Pero pronto se dieron cuenta de que su verdadera misión era la de colaborar en la creación de una sociedad más justa, donde las personas más humildes de aquella selva pudieran tener atención medica, educación, derechos civiles, vivienda… y que, en general, fueran reconocidos y respetados como ciudadanos. Eso lo entendieron, y lo practicaron, desde su llegada, con el fuerte impulso y respaldo que significó para este trabajo, 50 años después, el Concilio Vaticano II, donde participaron activamente.
No eran de los de «regalar peces», sino de los de «enseñar a pescar». Incluso fueron de los que tuvieron que aprender para poder enseñar. Aprender a fabricar tejas y ladrillos, a construir carreteras, embarcaciones, edificios, talleres, escuelas… Pusieron en marcha imprentas, radios y tv… Toda su energía, y era mucha vistos los resultados, se dedicó a una misión fundamental: mejorar la vida de aquellas gentes, dotándolas de recursos y de autonomía como personas y como comunidad.
Eso no significa que renunciaran a su papel misionero. Nunca dejaron de transmitir y difundir la Fe que profesaban. Lo hicieron desde el ejemplo, desde el compromiso, desde el sacrificio, y desde el respeto. Su Fe, la de esos 12 apóstoles seguidores de Jesús de Nazaret en la selva peruana, y la de todos los y las que les han continuado, mejorado y ampliado el camino que empezaron, es la de los que aplican ese refrán tan enraizado en tierra vasca de «a Dios rogando y con el mazo dando».
No fueron, además, con el objetivo de convertirse en imprescindibles. Su misión, su objetivo, no era convertirse en dirigentes, sino en colaboradores. Uno de sus objetivos principales fue formar personas que ayudaran a crear una sociedad capaz de gestionarse a sí misma. Hoy la comunidad pasionista vasca se está reduciendo en la Amazonia peruana. Las razones son obvias: la sociedad vasca del siglo XXI no es igual a la de hace 100 años, o a la de hace 50. Ni hay el mismo compromiso con la Fe, ni tampoco hay el mismo número de jóvenes. Pero esta disminución de la presencia pasionista vasca no es símbolo de un fracaso, ni causa del mismo. No lo es porque gracias a la labor de estos años ya son los propios habitantes de aquellas tierras, los que pueden tomar ese timón.
Eso sí, estamos seguros de que la Comunidad Pasionista seguirá allí, trabajando y manteniendo su compromiso misionero.
En este nuevo escenario, el papel básico de la sociedad vasca deberá ser otro, está siendo otro: apoyarla aportando los recursos necesarios para impulsar los proyectos de desarrollo. Colaborando de forma activa y comprometida en construir un mundo más justo y equilibrado
En definitiva lo que hoy recogemos en nuestro blog es una semblanza de estos más de 100 años de auténtica historia vasca en la selva del norte del Perú, en una labor realizada desde el Vicariato de Yurimaguas, con sede en la capital de la provincia del Alto Amazonas.
Hoy podemos compartir, junto con nuestra reflexión, elementos que nos parecen claves para al menos entrever en toda su magnitud la ciclópea labor de los Pasionistas vascos.
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- En primer lugar un artículo del historiador de la UPV-EHU, Oscar Álvarez Gila, una de las personas que más y mejor han estudiado la labor de los misioneros vascos.
- Ponemos a disposición de todos los lectores el libro de monseñor Miguel Irizar que se editó en 2015 desde la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu en bajo el título «100 AÑOS DE PRESENCIA PASIONISTA EN EL PERÚ», que recoge junto con el relato de lo acontecido, una extensa documentación que nos ayuda a entender en toda su magnitud la extraordinaria labor realizada en este siglo largo de trabajo entre los más pobres.
- También podemos compartir tres vídeos de un gran valor histórico que nos permiten acercarnos de otra manera a esta epopeya.
Pero es importante que podemos hacerlo porque ha habido personas que han sido capaces de conservar y recoger esta documentación de un valor incalculable. Una vez más, nos tenemos que referir a los miembros de la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu en Lima que, desde 1612, agrupan a «miembros de la nación vascongada» en aquella parte del mundo. Una vez más, y son muchas, tenemos que citarles porque fieles al compromiso con que se fundó, también han protegido este legado de los vascos en aquella parte del mundo. Ellos fueron los que apoyaron en 2013, cuando se conmemoraban los 100 años de la llegada de los primeros Pasionistas vascos, los actos religiosos, de difusión y académicos en homenaje a esta gesta de vascos.
Los Pasionistas de Perú y el propio obispo Irizar estaban siendo silenciados y «olvidados» por las instituciones públicas y los medios de comunicación del Perú. Un país por cuyas gentes más necesitadas los Pasionistas lo habían dado todo durante un siglo. Puede que ese silencio tuviera su razón en esa lucha y compromiso de la comunidad pasionista con los más débiles.
En aquella situación de injusticia y de abuso de poder, la familia Bazán-Aguilar lideró las actuaciones de la Hermandad, que consiguió ayudar a monseñor Irizar a romper ese círculo de silencio y aislamiento. Lo hicieron apoyándole en la realización y difusión de las actividades divulgativas y académicas para la conmemoración del Centenario a lo largo de los lugares donde la Hermandad se encuentra instalada. Además de en el propio Perú, en New York, Atlanta, San Francisco, Los Ángeles, Washington, Boston, Bilbao, Santiago de Compostela… Esa proyección global hizo que, al final, los actos del Centenario tuvieran una significada repercusión en el propio Perú. Eso sí, incluso a veces comprando un espacio que deberían haber sido de información, dada la importancia de lo conmemorado, a precio de inserción publicitaria.
Como reconocíamos al principio, no podemos dejar de reconocer que nos sentimos en deuda con esos Pasionistas vascos. Con los que iban a misiones a hacer un mundo más justo en los lugares más duros, y con los que en los años más duros de la post-guerra, cuando el monstruo del franquismo «mordía» más fuerte, ayudaban a que los perseguidos por la dictadura pudieran escapar de sus garras. Nos sentimos en deuda. Es una deuda que no podremos pagar nunca, pero que queremos saldar, en parte, recordando su compromiso que les ha convertido en héroes, en mártires y, sobre todo, en personas buenas y en dignos seguidores de los más dignos principios de la fe que profesan.
Hoy lunes 19 de agosto, en el primer año del fallecimiento de Miguel Irizar, la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu y Aranzazu Euzko Etxea de Lima realizarán una serie de actos de homenaje a este padre pasionista vasco, cuya labor dejó tan profunda huella en la Amazonía peruana. Homenajes que pasarán por un acto académico en Lima y actos de recuerdo en diferentes puntos a lo largo de América: New York, Atlanta, San Francisco, Los Ángeles, Washington, o Boston.
El doctor en Historia e investigador de la UPV/EHU, Oscar Álvarez-Gila, nos ofrece en este artículo, escrito para la ocasión, una perspectiva histórica. El libro que incluimos más adelante (en versión PDF) cuenta también con un magnífico texto suyo de presentación.
LOS PASIONISTAS VASCOS:
DESDE DEUSTO HASTA EL ÚLTIMO RINCÓN DE AMÉRICA. UNA VISIÓN DE CONJUNTO DE CIEN AÑOS DE HISTORIA
Óscar Álvarez Gila es doctor en Historia en la Universidad del País Vasco, en la que actualmente ejerce como profesor de Historia de América. Durante el curso 2008-2009, fue Visiting Fellow en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford. Dos más años más tarde, fue W. Douglass Distinguished Visiting Scholar en la Universidad de Nevada-Reno. En 2013-2014, asimismo, fue Elena Díaz-Verson Amos Eminent Scholar en Estudios Latino Americanos, en la Columbus State University (Estados Unidos). Durante el curso 2016-2017, por último, ha realizado una estancia de investigación en la Universidad de Estocolmo como Magnus Mörner Memorial Professor. Su campo de investigación se centra, sobre todo, en el estudio de las migraciones internacionales durante los siglos XIX y XX, con especial atención al caso de la emigración desde el País Vasco a Francia, Argentina, Uruguay, Brasil y Cuba. Esta línea de trabajo le ha permitido estudiar asimismo los vínculos entre religión y emigración, la institucionalización de las comunidades de emigrantes, así como la cultura y la construcción de identidades en las comunidades en diáspora. También ha trabajado en proyectos y colaboradores de investigación interdisciplinar, sobre temas vinculados con las migraciones y el cambio climático, o más recientemente, en temas de vinculación entre genética e historia.
Los pasionistas en Euskadi
Fundada en el siglo XVIII en Italia por Pablo Francisco Danei (San Pablo de la Cruz), la oficialmente denominada “Congregación de Clérigos Descalzos de la Santísima Cruz y Pasión de Nuestro Señor”, más conocidos popularmente como “Padres Pasionistas”, había decidido a fines de la década de 1870 volver a instalarse en la Península Ibérica. Fruto de aquellas primeras gestiones fue la instalación de un primer convento situado en las afueras de Deusto, en Bizkaia, que al poco tiempo recibiría la autorización gubernamental mediante una Real Orden de 12 de julio de 1880. Había nacido el convento, luego santuario y más tarde también parroquia de San Felicísimo.
Desde que, tras el final de la primera Guerra Carlista, se hubiera dado el proceso de exclaustración y desamortización de las órdenes religiosas, éstas habían quedado prohibidas en territorio español. Frailes y monjes tuvieron que abandonar los claustros, pasando a convertirse en sacerdotes normales en unos casos, o escapando al exilio para seguir manteniendo su vida conventual, en otros. Fue entonces cuando los gobernadores coloniales de Cuba, Puerto Rico y Filipinas clamaron atemorizados: “sin órdenes religiosas, estos territorios se nos pierden”, venían a decir. Y de este modo, las órdenes religiosas se mantuvieron vivas y florecientes en las colonias, mientras que eran al mismo tiempo ilegales en la metrópoli. ¿En toda la metrópoli? No, la misma norma dejó el resquicio legal de permitir que se abrieran aquí “colegios de misiones de Ultramar” con el objeto de preparar los religiosos que serían enviados, seguidamente, al otro lado del océano.
En las primeras décadas fueron solamente tres las órdenes religiosas admitidas para tener estos colegios de misiones. Tras el concordato de 1853, sin embargo, esta norma se amplió a otras órdenes y congregaciones. Y de este modo fue como muchos de los religiosos que habían sido exclaustrados y de las órdenes religiosas que habían sido disueltas vieron un resquicio para volver a la legalidad. Los nuevos conventos que se fueron así abriendo en las décadas siguientes no serían tales conventos, sino flamantes “colegios de misiones”.
Y es aquí cuando nos topamos, nuevamente, con los padres Pasionistas. Sabedores de lo establecido por la normativa, enviaron una primera expedición para ver el mejor lugar donde abrir su primer convento, mejor dicho su colegio de misiones. Y no vieron mejor sitio que las provincias vascas, que ya por entonces se destacaban como uno de los mayores graneros vocacionales de la Iglesia católica en el contexto europeo. Aquel viejo aforismo del “euskaldun, fededun” no era, en aquellas décadas finales del siglo XIX, una exageración sino una gran realidad. Todavía en 1950, cuando recibía la visita de una delegación del Athletic de Bilbao, el papa Pío XII les expresó su alegría por recibir visitantes de una tierra “bendecida por Dios” por su gran producción de vocaciones para la Iglesia. Faltaban aún varias décadas para que se produjera la profunda transformación que trajo para la religiosidad de los vascos el impacto del Concilio Vaticano II y el acelerado proceso de secularización de la sociedad vasca a partir de los años 70.
Los inicios en América
De este modo, cuando en 1887 la expansión de los pasionistas por territorio del Estado español era tal que había llevado a los responsables de la orden a decidir la conveniencia de crear una demarcación propia, la llamada “provincia pasionista del Sagrado Corazón de Jesús”, en dicha provincia se incluían ya varios conventos que los primeros pasionistas reclutados en tierra vasca, como misioneros, habían comenzado a fundar en diversos países de América. El centro neurálgico de esta nueva provincia, a la que habían comenzado a acudir numerosas vocaciones vascas, se instaló como no podía ser menos en su convento más antiguo, en San Felicísimo de Deusto. Desde allí, durante un siglo, los pasionistas vascos gestionarían su presencia en zonas muy distantes de Latinoamérica.
El arranque comenzó, como marcaba la ley, por Cuba, por entonces aún colonia española. Obtenido su reconocimiento oficial como “misioneros de Ultramar”, que significaba el apoyo económico y material del gobierno español para su traslado a América, fue el propio superior provincial el que se desplazaría a la isla caribeña para gestionar la apertura de su primer convento americano, en la ciudad de Santa Clara.
No era esta, sin embargo, la primera fundación de los pasionistas en América. Desde tiempo atrás estaban asentados en Estados Unidos, con una presencia pujante que les había permitido intentar expandir la orden por Latinoamérica, con fundaciones en México (1856), Argentina y Chile (1890). Pero, como reconoce Antonio Artola en su historia del centenario de los pasionistas en Deusto, las diferencias de mentalidad entre latinos y anglosajones hacían difícil su adaptación. Se pensó de este modo que los vascos, por su vinculación pasada y presente con aquellos territorios, podrían gestionar mejor esos conventos. No en vano, en aquella misma época era cuando la emigración vasca a países como Argentina o Chile estaba en pleno desarrollo. De este modo, de golpe, los pasionistas vascos se vieron al cargo de lo que llamaron “Gran Comisariato unificado de Cuba-México-Chile”, con tres países y miles de kilómetros de distancia entre ellos. Para 1891, los primeros pasionistas vascos se hacían presentes en Chile, donde abrieron un noviciado en Viña del Mar y una residencia en Ñuñoa, una localidad vecina a la capital, Santiago. El experimento chileno debió ser positivo a ojos de los superiores en Roma, dado que en 1893 los pasionistas reunidos en Deusto recibían el encargo de encargarse de la única casa de la orden en México, en Toluca. Las fuerzas tenían que diseminarse en una amplísima geografía. La actividad característica de la congregación pasionista (y que era la que estaban desarrollando en Europa), era la predicación de misiones, y fue en estos momentos la primera que llevaron a cabo en los tres países. Se acompañaba esta dedicación principal con la atención pública en las capillas conventuales. Además, en México y Cuba iniciaron una labor ajena por completo a la práctica habitual pasionista: la apertura de escuelas católicas para “para influir en la formación cristiana del pueblo” y contrarrestar la laicicidad de la enseñanza; y en 1904 se adquirirá la primera parroquia, en Caibarién (Cuba).
Pero dice el refrán que “quien mucho abarca poco aprieta”. Para 1905, era ya evidente para los superiores de la orden pasionista la desmesurada extensión del comisariato unificado, que hacía casi imposible cualquier acción en condiciones. De este modo, y tras una diversidad de posibles soluciones, se optó por reducir el área a cargo de los pasionistas a su delegación en Chile, delegación que por aquel entonces, y a pesar de su nombre, incluía también unos conventos recién fundados en Perú. Aún no lo sabían, pero este país iba a ser finalmente el que más directamente quedaría unido a la acción misionera posterior de los pasionistas vascos.
Los pasionistas en Perú y la prefectura apostólica de Yurimaguas
De hecho, entre 1910 y 1920, mientras se consolidaba en Chile y Perú la presencia pasionista, con la apertura de nuevos conventos y la intensificación de su actividad pastoral (predicación de misiones, ejercicios espirituales, y sobre todo el fomento de asociaciones, cofradías y diversas devociones), se estaba produciendo en Europa el germen de una división. Si bien en un primer momento las vocaciones pasionistas se habían obtenido fundamentalmente en el País Vasco, la expansión por tierras españolas llevó a una presencia creciente, sobre todo, de religiosos castellanos, todos ellos integrados en la misma provincia. El crecimiento vocacional, el aumento de conventos en Europa y América, y también las diferencias culturales, llevaron a que en 1923 se dividiera la provincia pasionista original. La provincia del Sagrado Corazón, que mantuvo su sede en Deusto, abarcaría básicamente el territorio vasco. Y en el caso de América, Chile quedaría en manos de la nueva provincia castellana, pasando a concentrase los pasionistas vascos en Perú. El traslado fue rápido: para 1926 ya se habían trasladado a Lima todos los pasionistas vascos residentes anteriormente en Chile.
Hemos de volver un poco atrás en el tiempo, sin embargo, para echar una ojeada en torno a cómo se estaban implantando estos pasionistas vascos en Perú, ya desde la década de 1910. Cuando el obispo de la diócesis peruana de Chachapoyas, en viaje a Roma, solicitó a la curia general pasionista el envío de algunos religiosos para varias de sus parroquias, el superior de la orden decidió remitirle a Bilbao. Fruto de las conversaciones, en 1913 llegaban los primeros pasionistas del Sagrado Corazón a las poblaciones de Juanjuí, Tarapoto, Saposoa y Moyobamba, localizadas en las riberas del río Huallaga, departamento de San Martín. Es decir, en la llamada “ceja de montaña”, el inicio de la región amazónica en Perú. Un territorio entonces prácticamente virgen, alejado de las vías de comunicación, con un clima y unas características sociales totalmente diferentes a los que los pasionistas vascos conocían en su tierra.
No es por lo tanto extraño que los primeros años de su presencia allí fueran de extrema dificultad, tanto que llevó a los superiores pasionistas vascos al convencimiento de que era necesario “retirar en la primera oportunidad favorable (..) el personal de la Misión a fín de establecerse en puntos más acomodados, en la costa de la misma República”. El antiguo obispo de Chachapoyas, convertido ya para entonces en arzobispo de Lima, jugó su última carta: tras sus gestiones en 1923 la Santa Sede creaba una prefectura apostólica en plena selva peruanas, con sede en la localidad de Yurimaguas (Loreto) y confiada a los pasionistas de Bilbao, en una región cercana a donde ya estaban instalados. Una prefectura apostólica venía a ser el embrión de una diócesis, pero en territorio misional. Y era nombrado su primer prefecto el vizcaíno Celestino Jaúregui.
El primer paso dado en la prefectura es crear la inexistente infraestructura eclesial en el territorio. Se edificaron diversas capillas y templos a lo largo de los dos ríos de la prefectura, Huallaga y Marañón, destacando la construcción de la catedral de Yurimaguas, de 1928 a 1931. Su personal, además, va adquiriendo cada vez más un predominio vasco: si en 1923 trabajaban en la misión pasionistas de todas las provincias españolas, ya para 1931 la práctica totalidad eran vascos. Además, desde el mismo contrato inicial se habían comprometido los misioneros en el sostenimiento de ciertas labores de promoción social: A lo largo de los años fueron llegando a los misioneros de la nueva prefectura cartas en las que se le indicaba, por ejemplo, que “el Ilmo. Señor Obispo desearía que los Padres estableciesen allí una escuela elemental de agricultura, para la que espera obtener la protección del Gobierno del Perú”; o similares. La enseñanza adquirió, de hecho, un protagonismo central en la labor de los pasionistas. Según Juan Cruz Irízar, “casi todas las escuelas del Alto Amazonas fueron primero escuelas misionales, para convertirse paulatinamente en oficiales o estatales”. Le siguió la instalación de diversos dispensarios, que serían atendidos desde la década de los cincuenta por Misioneras Seglares vascas. En lo referente a la población indígena (sobre todo indios aguarunas y huambisas), se siguió el sistema tradicional: expediciones de los misioneros
“Más urgente que una iglesia, que una residencia y que un hospital, es para mí el tener una lancha rápida”, había declarado Celestino Jaúregui en uno de sus viajes a Vizcaya. Los ríos afluentes del Amazonas eran la única vía de comunicación en una región sin caminos ni carreteras. La respuesta vasca no se hizo esperar: el Secretariado de Misiones de Vitoria, en la década de 1920, financió con los donativos recibidos de los fieles vascos la primera lancha de la prefectura, llamada precisamente “Nª Señora de Begoña”. Les siguieron intentos de formación de núcleos agrícolas estables, alrededor de las capillas edificadas a lo largo de los ríos de la prefectura. Los años de cambio, en los que se modificó la acción misionera dando mayor importancia a “la inculturación y la defensa de los valores autóctonos”, serían ya responsabilidad del segundo vicario de Yurimaguas, Gregorio Olázar.
Parroquias pasionistas vascas en la costa peruana
La necesidad de la prefectura de Yurimaguas de contar con una representación en la capital del país explica (entre otras razones) la apertura en 1926, de la primera casa pasionista en Lima. Para remediar la provisionalidad de la apertura, consiguen del arzobispo Lissón que les entregue la gestión de una serie de parroquias en la misma Lima o alrededores: Lince, Santa Beatriz y Chorrillos. Es de destacar que éstas son aceptadas por los pasionistas de Bilbao tras una autorización expresa de Roma, pues el ministerio parroquial era algo expresamente contrario a las reglas de la orden. en 1930 la provincia pasionista vasca, que llevaba tiempo proporcionando personal a la misión de Yurimaguas, pasaba entonces también a expandirse con conventos propios, no de la misión, en Perú, comenzando por Lima. Los pasionistas vascos comienzan de este modo a hacerse presentes en otras ciudades de la costa peruana. En 1935 se hacen cargo de la parroquia de Sullana, en la provincia de Piura, desde la que hacen predicaciones itinerantes por el propio Piura y Tumbes. Aunque en 1952 se abandonara esta parroquia, no por ello dejaron de realizarse las misiones, que vivieron un periodo muy intenso de 1954 a 1960
La prelatura nullius de Moyobamba
En 1948, aquellas parroquias de la diócesis de Chachapoyas de las que se habían responsabilizado los pasionistas en 1913, y en las que habían continuado a lo largo de estos años, son finalmente englobadas en una jurisdicción eclesiástica propia, que es encargada a los mismos pasionistas que las regentaban. Es nombrado primer prelado de Moyobamba un antiguo provincial del Sagrado Corazón, el guipuzcoano Fulgencio Elorza. Por razones políticas, no se configuran como prefectura o vicariato apostólico, que es la figura legal propia de los territorios misionales que erige la Santa Sede; en su lugar, se optó por una figura un tanto extraña, la “prelatura nullius”, que podemos traducir como “obispado de nadie”: un territorio que no pertenece a ninguna diócesis, pero para el que se instala un responsable o “prelado” con el rango de obispo.
La creación de la nueva prelatura no supuso, en la práctica, grandes variaciones en la actuación de estos pasionistas vascos, excepto la de contar con la autonomía (y el prestigio) que les confería la creación de la nueva sede y contar con un obispo entre sus filas. La meta principal que, en sus primeros años de obispado, se marcó el nuevo prelado iba dirigida a la mejora en lo material y humano de su Iglesia, que entonces estaba atendida por sólo once sacerdotes. En primer lugar, se intentó atraer a religiosas, que fueron llegando a partir de 1956, y a algunos sacerdotes seculares, en 1958 el personal inicial ya se había duplicado. Posteriormente, se buscaría la consecución de las vocaciones nativas. Además, se estableció un sistema de escuelas católicas, dirigidas por las religiosas, que en 1962 todavía se hallaba en estado incipiente. Es interesante resaltar que entre las vocaciones que reclutó el obispo Elorza para Moyobamba se hallaba una interesante figura de la política y la cultura vasca: Jon Andoni Irazusta, que había sido diputado en Cortes por el Partido Nacionalista Vasco durante la República, exiliado luego a tierras americanas, primero a Colombia y luego a Argentina. Allí escribió dos importantes novelas en euskara: Bizitza garratza da y Joañixio, en la que refleja sus experiencias en ambos países. Ya anciano, fue aceptado por el obispo de Moyobamba, ordenado sacerdote, trabajando en su último año de vida a las órdenes del obispo pasionista.
Los pasionistas en Colombia
Finalmente, si bien el grueso de la acción de los pasionistas vascos en América se ha centrado, como hemos visto, en Perú, también han tenido una larga actuación en otro país vecino, Colombia. Llegaron a Colombia en 1926, el mismo año en que abrían su primer convento en Lima, a petición del arzobispo de Bogotá. Se establecieron así en la capital colombiana, dedicándose principalmente a la predicación de misiones populares. A lo largo de los años de presencia pasionista en Colombia, “las zonas y comarcas más frecuentadas en esta tarea han sido las de Boyacá, Cundinamarca, Caldas, Valle, Tolima, Huilla, Santander, Quindio, Risaralda y Antioquia”, es decir, prácticamente todo el arco andino.
Al poco tiempo, comienzan a hacerse cargo de una serie de parroquias en el departamento de Cundinamarca: la denominada “misión del Alto Magdalena” que, por su nombre y localización rural, tenían “las miras de elevarla a Prefectura Apostólica”. Aunque en 1936 se comprobó la imposibilidad de esta vía, no sólo no se abandonó la zona, realizándose un contrato con al arzobispo de Bogotá; sino que, además, para entonces los pasionistas de Bilbao se habían extendido a otra localidad de la república: Santa Marta (1931),: Bogotá (1947), Medellín (1951).
El año anterior, por otra parte, se había abierto el primer seminario de vocaciones nativas, tras un largo proceso de búsqueda, en las cercanías de Bogotá; con el objeto de formar pasionistas americanos. Un proceso similar se llevaría simultáneamente a cabo en Perú. En ambos países las vocaciones tardaron en llegar, pero llegaron. Fue entonces cuando los pasionistas vascos comenzaron un lento retroceso de su presencia tanto en Colombia como, posteriormente, en Perú. Pero esto es ya, otra historia.
Estos tres vídeos, de un gran valor histórico, nos muestran tres visiones de la labor de los Pasionistas en un relato que cubre 50 años. Desde la conferencia televisada y radiada de Victor Belaúnde, en 1963, hasta la entrevista a Monseñor Irizar en 2013. Pasando por un documental grabado por los propios misioneros pasionistas en los años ’60, en el que nos muestran su vida y su obra.
Víctor Belaúnde en el 50 aniversario de la llegada de los pasionistas a Perú
Documental de los Pasionistas misioneros de la Amazonía
(Voz de narrador: monseñor Miguel Irizar)
Entrevista monseñor Miguel Irizar en «El Puente» 2013
Este libro fue escrito por monseñor Miguel Irizar, que lo entregó a la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu para que fuera difundido. Una labor en la que colaboramos desde este blog con entusiasmo.
Libro
100 AÑOS DE PRESENCIA PASIONISTA EN EL PERÚ
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Last Updated on Feb 27, 2021 by About Basque Country