John Alejandro Ricaurte Cartagena, historiador Universidad de Antioquia, Magister Historia de Europa y el Mundo Atlántico de la Universidad del País Vasco, doctor en estudios Internacionales de la universidad del País vasco. Ha trabajado sobre los temas de inmigración y las Independencias. Ha publicado 3 tomos de la colección los vascos en Antioquia. Autor del libro «La dimensión internacional en la guerra de Independencia de Colombia».
Esta entrega de la serie que estamos publicando sobre el bicentenario de las independencias americanas , está dedicada al papel jugado por los vascos en el proceso de la Independencia en el virreinato de Nueva Granada 1810-1830. Para tratar este capítulo de nuestra serie contamos con la colaboración de John Alejandro Ricaurte Cartagena, un vasco- colombiano del que ya hemos hablado y que es uno de los unos de sus impulsores del Centro de Estudios Vascos de Antioquia (CEVA) y miembro del Centro Vasco de Antioquia.
El autor nos ha preparado un amplio y detallado artículo en el que no solo se analiza el papel de esos vascos, sino que nos sitúa en el contexto histórico, nos explica las visiones y sensibilidades diferentes existentes en esta comunidad, y nos habla de la importancia jugada por las conexiones entre el País Vasco y Nueva Granada en el flujo de las ideas ilustradas que alimentaron el proceso de independencia de las repúblicas americanas.
En ese proceso de transmisión de las influencias ilustradas entre Europa y América nos recuerda el papel clave que jugó la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Papel que ya resaltó en una artículo anterior, centrado en Venezuela, Javier Amezaga, que es hijo de Vicente Amezaga, uno de los estudiosos de la historia de Nueva Granada que nombra Ricaurte. También nos habla de ella, en su artículo sobre el papel de los vascos en la independencia de los USA, Robert P. Clark.
Ricaurte nos recuerda que la posición de aquellos vascos ante el proceso de independencia no fue homogénea, sino que fue consecuencia de decisiones individuales o de grupos de interés. Nos imaginamos que eso es algo general en la población de todas las colonias americanas, donde no hubo un posicionamiento general ni a favor de la independencia, ni en apoyo de la continuidad de la pertenencia a la Corona de España.
También nos plantea un interrogante sobre si los vasco-descendientes, cuyas familias llevaban ya varias generaciones en tierra americanas, tendrían un sentimiento de pertenencia a la comunidad vasca.
Pone como ejemplo el caso de Simón Bolívar (del que, como es lógico hemos hablado en varias ocasiones), quizás uno de los más paradigmáticos entre los participantes de origen vasco dentro del proceso de independencia. Su familia llevaba generaciones viviendo en América y Ricaurte se pregunta sobre si existiría en él un sentimiento de pertenencia a la comunidad vasca.
Nuestra opinión, particular y no «científica», es que es probable que una parte significativa de esos vasco-descendientes sí tenían esa percepción y se sentían unidos a esa comunidad. Las razones por las que creemos eso giran en torno a las características específicas de la comunidad vasca en América.
En primer lugar, eran una comunidad pequeña en relación con otras provenientes de la Península, lo que les obligó a crear grupos de apoyo mutuo, como el autor resalta. Esos grupos, muchos de ellos conformados alrededor de hermandades y cofradías bajo la advocación de la Virgen de Aránzazu, formaron una red de colaboración a lo largo de toda la América colonial. Eso ayudaba, sin duda, a ese sentimiento de comunidad o pertenencia.
Además, y esto nos parece clave, una parte significativa de los vascos que llegaron a América tenían el título de «hidalgos». Este título, el mas bajo de la escala de nobleza, les garantizaba una serie de derechos en una sociedad donde el «pueblo llano» no disponía de ellos. Por eso reclamaban y mantenían esos títulos que tenían por el hecho de «ser vascos». Dichos títulos, además, les abrían las puertas de la administración y el ejército.
Esos derechos como miembros de la nobleza se unían a que formaban parte de una comunidad donde, al revés que otras muchas partes de la Península, esos hidalgos eran agricultores, comerciantes, ferrones o pescadores. Es decir, no vivían de rentas, sino que estaban acostumbrados al trabajo físico o al comercio.
Todo ello les dio la oportunidad, la voluntad y el conocimiento para conseguir, como miembros de esa comunidad nacional, un desarrollo sobresaliente en la Colonia. Un desarrollo que, en los casos de éxito, se unía a menudo a un proyecto de vida que pasaba por permanecer en América.
Nos parece más lógico que las «viejas familias vascas» pudieran perder con más facilidad es sentimiento de pertenencia en el posterior periodo republicano. Cuando esos grupos de apoyo se disuelven (o son disueltos), y los beneficios de pertenecer a la nobleza desaparecen.
Pero sin duda, el autor ha planteado una interesante línea de investigación: ¿Esa percepción que muchos tenemos en la actualidad de que se sentían «vascos», es real o solo es consecuencia de nuestra visión actual como vascos?
Los vascos frente a la Independencia en el virreinato de Nueva Granada 1810-1830
John Alejandro Ricaurte Cartagena, historiador
Durante el reinado de las monarquías Austria y Borbón los vascos fueron uno de los principales grupos migrantes que confluyeron en el continente americano, junto con los demás individuos provenientes de los distintos reinos y condados de España, y otros europeos del vasto Imperio que, en distintos momentos, abarcó o tuvo pactos de familia con las actuales Portugal, Francia, Austria, Holanda e Italia.
Muchos de estos individuos participaron en las instituciones políticas, religiosas, económicas y fueron pobladores de las villas, ciudades, pueblos y sitios que se fundaron en América durante la era de dominio español, dejando en todo el continente rastros y huellas imborrables de su presencia. Esta es una de las razones por las cuales en el momento en que se presentó la ruptura con la metrópoli, los apelativos vascos comenzaron a aparecer como protagonistas a lo largo y ancho del continente, encontrando así su trascendencia cuantitativa (número) y cualitativa (calidad o importancia).
En el norte de Suramérica, en concreto en el virreinato de la Nueva Granada, incluyendo la Capitanía de Venezuela y la Audiencia de Quito, el proceso de Independencia fue más cambiante, diverso y atomizado. En su primera etapa republicana produjo una gran eclosión de soberanías, en la que 11 provincias se situaron en favor de la Regencia (emisaria de Fernando VII) y otras 11 en favor de la autonomía de sus juntas de gobierno[1]. En ambos grupos, regentes y autonomistas, se pueden observar vascos cumpliendo un papel relevante. Tomando a Francisco de Abrisqueta, sobre los que tomaron partido para defender los primeros ensayos constitucionales y republicanos encontramos que:
Los apellidos trasplantados del País Vasco aparecen en todas las organizaciones, juntas, cabildos y comandos de guerra de las campañas independentistas. …En las campañas militares continentales rodean al Libertador Bolívar numerosísimos nombres vascos, cuya cita sería interminable. Anotemos éstos: los Ansoategui, Baraya, Ricaurte, Villavicencio-Barástegui, D’Elhuyar, Sabarain, Urdaneta, y los de estas heroínas: Policarpa Salabarrieta, Eugenia Arrázola, María Josefa Esguerra, Rosa Zárate, y el de la patriota americana del Valle de Upar, María Concepción Loperena Ustaris. En las listas de los fusilados, agarrotados, arcabuceados y ahorcados por Morillo, Sámano y otros jefes realistas, llegan a 43 los mártires de la libertad grancolombiana con nombres de fonética vasca. Hay en la guerra magna, en el ejército independentista, vascos e hijos de vascos de primera generación como los Campo Larrahondo y los Dorronsoro. A la batalla de Puente de Boyacá la hacen definitiva tres nombres. Junto al de Santander, los de Bolívar y Anzoátegui[2].
De manera que bastaría con solo observar las listas de bajas en combate, sujetos destacados en batallas, promociones de ascensos de grados militares y partes de las acciones bélicas más importantes para encontrar individuos que podrían tomarse como tales. Ahora bien, es motivo de debate el hecho de atribuir rasgos, cualidades, creencias o valores a estos individuos por el solo hecho de portar un apellido, en nuestro caso euskaldún. Con ello se estaría desconociendo los procesos de miscegenación cultural, étnica y lingüística experimentados en la América española a lo largo de tres siglos.
Un ejemplo de lo anterior, el más importante y a su vez polémico, es el de Simón Bolívar, principal artífice de la Independencia colombo-venezolana, a quien la historiografía lo ha tomado como vasco, aun cuando siete generaciones –casi 200 años– lo separan de sus orígenes[3]. Pese a lo evidente de la mezcla étnica del Libertador, muchos intelectuales, especialmente vascos, insistieron en demostrar esta prosapia, asignándole, además de su apellido paterno Bolívar, una serie de atributos que indicaban su inequívoca vasquidad. Esto se observa en decenas de libros, artículos, periódicos y boletines genealógicos, entre otros, que se han producidos a lo largo de dos siglos sobre su figura.
También es necesario señalar que existen algunos pasajes de su vida que lo vinculan con su pasado vasco: la mención en sus cartas sobre los vascos, el contacto con ilustrados de este origen (Yarza y Ustariz), su viaje a Bizkaia, y en particular su estancia en Bilbao. Sin embargo, es difícil dilucidar si Bolívar tenía correspondencia o filiación con lo vasco, pues los procesos de construcción de identidad son personales, se forman y refuerzan a partir de los vínculos sociales con la comunidad de origen, y los sentimientos de pertenecía o exclusión frente a otros grupos (proceso de alteridad).
Otros proceres o prohombres de la Independencia pertenecían a linajes vascos más recientes –hijos o nietos–, por lo tanto, es más factible pensar en la existencia y preservación de sus valores culturales diferenciales, sean regionales o patrios, tal como siempre ha existido entre las comunidades vascas migrantes en América[4]. Sin embargo, causa curiosidad que la vasquidad de Bolívar haya sido la más comentada, publicitada, nombrada y mitificada.
Es posible que este carácter identitario fuera acuñado con posterioridad a la Independencia dado su sonoro apellido euskaldún, mención a lo vasco y estancia en Bizkaia, pero lo cierto es que muchos intelectuales, especialmente vascos, otorgaron estos atributos a Bolívar, y como indica Pelay, encontraron en él una “vinculación de signo vasquista”[5].
Los ejemplos sobre este tópico no son pocos pues los afectos hacia su figura se manifestaron especialmente en el siglo XX, a través de una serie de intelectuales que difundieron y resaltaron la “vasquidad” del Libertador. Dice Pelay:
Puede decirse que siempre que los vascos se han acercado a Bolívar ha sido para exaltarle. Y yo añadiría que con apasionamiento de compatriotas. Así, en distintas épocas —y, claro, en muy diversas circunstancias—, desde Trueba hasta el lendakari Aguirre, pasando por José María Salaverría, Segundo Ispizua, Alejandro Sota, Mourlane Michelena, Teófilo Guiard, Vicente de Amézaga, Llano Gorostiza, Martín Ugalde, Mariano Estornés, Arantzazu Amézaga, Sancho de Beurko y un interminable etcétera, lo han considerado siempre como héroe propio[6].
Del mismo modo, en el continente americano fueron los intelectuales vascos exiliados quienes difundieron la tesis de los vínculos vascos de Bolívar. Además, llevaron la relación más allá, al resaltar la participación de sus paisanos en los distintos procesos emancipatorios de la América meridional. Entre sus principales promotores se pueden mencionar a escritores y políticos como Jesús de Galíndez, radicado en República Dominicana y Estados Unidos; el historiador Vicente Amezaga, quien migró a Uruguay y Venezuela; y Francisco de Abrisqueta, que se estableció en Colombia.
Galíndez, fue pionero en rescatar para los vascos del exilio la figura del Libertador. Su escrito más conocido es El panamericanismo de Bolívar, donde expresa muy bien el pensamiento bolivariano y panamericano[7]. Lo mismo hizo Amezaga en Venezuela, quien además de escribir una extensa obra sobre el Libertador, resaltó la participación de los vascos en distintos momentos de la historia de este país, entre ellos la Independencia[8]. Por su parte, de Abrisqueta se llegó a afirmar que poseía la colección de libros más grande que existía sobre Bolívar, siendo además uno de los principales difusores de su figura y promotores de la formación de sociedades bolivarianas en América y el País Vasco[9].
De tal forma que fue este colectivo el que no solo reforzó la noción de vasquidad en Bolívar, sino quien insertó la idea de la participación vasca en la emancipación de los países hispanoamericanos, a partir de la vinculación de apellidos vascos en las listas de próceres de las independencias.
En esta misma línea, en el 2010 se realizó una obra colectiva donde se intentó responder a la misma pregunta ¿Cuál fue la participación de los vascos como colectivo en las guerras de Independencia? En esta investigación llamada Los vascos en las independencias americanas se puede observar la actuación de este grupo humano en los distintos procesos emancipatorios de países como Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, México, Uruguay y Venezuela.
Básicamente, se partió de la misma metodología empleada hasta entonces: la conexión con las provincias vascas de individuos que participaron en las campañas de emancipación, redacción de constituciones y demás sucesos patrios, ya sea por apellido, nacimiento o influjo. Esto dejó ausentes otros vínculos más fuertes con las provincias vascas como por ejemplo los procesos de identidad individuales o colectivos, lo que significó la Independencia misma para aquellos inmigrantes, y sobre todo, cómo este suceso impactó sus vidas cotidianas, qué ventajas o desventajas económicas ofreció a sus negocios, y cuáles fueron sus sentimientos frente al proceso de ruptura –toda vez que significaba también romper con la patria chica–.
Las anteriores, son preguntas no resueltas pues solo los documentos más íntimos develan estas conexiones y no es posible encontrarlas en los cúmulos de biografías, memorias y libros, donde casi siempre se mitifica el héroe, su carrera militar, ascenso y hecho o participación en la Independencia. Por ello, en esta investigación colectiva sobre los vascos y las independencias, intentaré dejar abierta una propuesta más reflexiva que responda cómo se desenvolvieron los vascos en América frente a los retos, pérdidas y oportunidades que ofreció una guerra larga, desigual y cambiante[10].
¿Participación vasca en la Independencia o participación de vascos en la Independencia?
Un interrogante que dejan los trabajos consultados sobre el papel de los vascos en las independencias americanas, del cual se puede afirmar que existe una amplia y variada bibliografía, y que por tanto se puede hablar de historiografía, es sobre la necesidad de conocer cuál fue la participación colectiva euskaldún. Lo anterior porque se ha tendido a generalizar su participación, aun sabiendo que este no fue un proceso mayoritariamente colectivo sino individual.
Algunos trabajos realizados en esta misma línea historiográfica se habían percatado del problema, como en particular el investigador Alexander Ugalde quien, en su artículo de la obra colectiva Los vascos en las independencias americanas, tituló su capítulo sobre Cuba “Los vascos ante las guerras de Independencia de Cuba”[11]. Esto indicando que los individuos de este grupo participaron en ambos bandos de la guerra y corroborando de paso la tesis de “guerra civil”, elaborada a partir de la década de 1980, la cual significó un cambio historiográfico que superó la visión decimonónica, teleológica y simplista que reducía los procesos de Independencia a guerras nacionales entre americanos y españoles[12].
Como colectivo no se observa una participación decidida de los vascos en los procesos emancipatorios americanos, sino que sus iniciativas, como se verá más adelante, obedecieron a intereses individuales y familiares que los llevaron a comprometerse con uno u otro bando. En este sentido, se puede afirmar que su aportación a esta causa se dio de manera anónima, individual y voluntaria[13].
Pero si en el terreno militar y político no se le puede atribuir a los vascos una incidencia contundente en las independencias, en el campo de las ideas sí existe un claro influjo. Se destaca su contribución a las transformaciones sociales, políticas y económicas experimentadas por las sociedades americanas, ayudando al cambio de mentalidades e impulsando corrientes modernizadoras del Estado. Del mismo modo, se reconoce el papel que tuvieron las instituciones vascas como trasmisoras de ideas y corrientes que de alguna u otra forma aceleraron las transformaciones sociales, en especial: la ilustración vasca, las sociedades de amigos del país y la Compañía Guipuzcoana de Caracas[14].
Las instituciones vascas en la Independencia
Ilustración e independencia
La historiografía de la independencia en América ha situado a los ilustrados como protagonistas de las transformaciones vividas en las sociedades americanas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Hablamos de la franja de americanos que tuvieron algún contacto con la cultura universal, que conocía las ideas que estaban circulando en las principales potencias del globo por medio del viaje, el material escrito (en muchos casos prohibido que lograba colarse en los puestos de control y aduana) o por el contacto con individuos aficionados a las teorías liberales e ilustradas.
Sobre esto en particular, siempre se ha pensado que los extranjeros tuvieron un papel importante en la difusión de este tipo de ideas; sin embargo, su presencia no era masiva en los reinos de ultramar por las restricciones y controles existentes para obtener la naturalización o residencia[15]. Por ello, dada la pequeña cantidad de foráneos ilustrados que residían en la América Hispana, se cree que fueron los mismos peninsulares quienes se encargaron de difundir este tipo de corrientes en todo el continente[16].
Bajo este argumento, la frontera pirenaica compartida con Francia fue un lugar privilegiado para la trashumancia y circulación de ideas; en especial, las que provenían del contacto con los movimientos culturales y políticos desarrollados en la Francia dieciochesca y las distintas épocas por las que pasó (revoluciones y contrarrevoluciones). Se destaca en este sentido el hecho de que las vascongadas tuvo una buena porción de los pensadores e instituciones afines a la ilustración, aunque cabe decir que este movimiento no fue de masas, sino de elites económicas, intelectuales y políticas receptivas a este tipo de pensamiento[17].
También los vascos fueron participes de los cambios y trasformaciones vividas desde mediados del siglo XVIII en la sociedad europea, especialmente durante el reinado de Carlos III, que es cuando se aplican con más ímpetu las reformas borbónicas. Estos individuos realizaron aportes valiosos por cuanto su actitud abierta y receptiva hacia las corrientes, ideologías, filosofías y otros movimientos culturales que circulaban por Europa y que desde sus comarcas se extendieron por toda la península y a todos los rincones del vasto Imperio.
Migración e ilustración vasca en el virreinato de la Nueva Granada
En el virreinato de la Nueva Granada, entidad apenas creada en 1739, se observa una numerosa, importante y activa comunidad vasca arraigada en los años previos a la crisis de gobierno de inicios del siglo XIX. Durante el siglo XVIII este grupo poblacional había migrado de manera asidua a Tierra Firme (las costas del Caribe, Pacífico y los valles andinos situados al norte de Suramérica), logrando constituirse en estos territorios en una parte importante de la elites previas a los movimientos independentistas.
El bilbaíno Francisco de Abrisqueta atribuye el desarrollo de la migración vasca dieciochesca en este territorio a las redes clientelares (principalmente burócratas) y de paisanaje creadas por los virreyes navarros Eslava, Guiror, Mendinueta y Ezpeleta; en particular, porque vincularon a decenas de vascos dentro de sus séquitos para cumplir funciones de su administración y diferentes oficios, desde los más modestos, hasta los más especializados[18].
Además de ello, se afirma que los virreyes mencionados fueron grandes ilustrados y reformistas; en especial, porque fueron los encargados de llevar a cabo las reformas borbónicas en varios sectores como la administración, economía, comercio, legislación, e industria. Esta afirmación también se debe a que, en general, los vascos eran tenidos desde mediados del dieciocho por individuos instruidos y avocados al servicio de los dos pilares de la sociedad de Antiguo Régimen: la Iglesia y el Estado. Ellos cumplieron diversos cargos públicos: contadores, gobernadores, administradores, asentistas, oidores y regidores, entre otros que requerían de una educación o preparación previa.
A su vez, vinieron a cumplir diversas labores, desde las artes y oficios útiles a la república, hasta los más modestos (labradores, obreros y colonos); pero en especial, vinieron para montar sus propios emprendimientos en la industria, trasporte y comercio. Sobre este último, no hay que olvidar que los vascos se encuentran entre los grandes navegantes y comerciantes que tuvo este siglo.
Por lo anterior, el comercio también significó un factor importante que ayudó al poblamiento de vascos y al traspaso de ideas. De ahí que se observa en la llegada masiva de vascos al virreinato también un impulso recibido por instituciones como la Cía. Guipuzcoana de Caracas, la que además contribuyó, como se verá a continuación, a la formación de elites que detentaron el poder político y económico, receptivas a las nuevas corrientes de pensamientos y que fueron sujetos activos del cambio[19].
La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y la transmisión de las ideas
En los territorios vascongados y en Navarra se comenzaron a consolidar una serie de instituciones afines a la apertura de ideas ilustradas o que nacieron como producto de estas reformas, las cuales además cumplieron un papel importante en el traspaso de estos sistemas de pensamiento al otro lado del Atlántico. La más importante de ellas es sin duda la Cía. Guipuzcoana de Caracas (1728 y 1785), la cual además de dinamizar y diversificar el comercio internacional, cumplió funciones de vigilancia contra el contrabando y la piratería en el mar Caribe, desde Venezuela hasta parte de la Nueva Granada[20].
Como se mencionó, esta institución favoreció la inmigración de vascos debido a que, paralelo a la consolidación de su mercado exportador/importador, se crearon una serie de redes de comerciantes, deudos y mecenas que por más de medio siglo hicieron presencia en la zona y expandieron sus redes, familias y negocios hacia el interior, llegando hasta los valles andinos centrales y mineros del occidente (Antioquia, Cauca y Chocó).
Además del comercio e inmigración la Cía. Guipuzcoana habría contribuido al traspaso de pensamientos y libros prohibidos, casi siempre extranjeros y afines a las corrientes revolucionarias. Por ello, no es casual que los primeros ensayos de modernidad e independencias se hayan presentado primero en las costas de Venezuela y Nueva Granada, donde seguramente encontraron un camino ya allanado en el espacio de frontera abierto como lo era el Circuncaribe y que llegó hasta el interior de Suramérica.
De ello da cuenta la presencia de vascos ilustrados que de alguna forma estaban conectados con la Cía. Guipuzcoana y el impulso que esta institución dio a las sociedades de pensamiento a través de sus socios y mecenas. En particular, con la creación del Real Seminario de Vergara, instituido bajo el patrocinio de la Cía. Guipuzcoana con el objetivo de promover el desarrollo cultural, científico y económico del país[21].
Las Sociedades de Amigos del País (SAP) y la difusión de la idea de patria
En América las instituciones ilustradas que más acogida tuvieron fueron las SAP cuyos orígenes se encuentran en lugares como Irlanda y Bulgaria, pero que rápidamente se extendieron por toda Europa, siendo la primera peninsular la que se estableció en las vascongadas. Ya sea por influjo, circulación de noticias, contacto epistolar, inmigración o simple imitación, las SAP terminaron irrumpieron en todo el continente americano, desde los extensos y antiguos virreinatos de Nueva España y Perú, hasta los más recientes como Nueva Granada y Río de la Plata[22].
En los territorios vascos se habían fundado instituciones y tertulias que sirvieron para fomentar el crecimiento económico, la potencialización del comercio, las artes útiles, la agricultura, ganadería, manufacturación y comercio de bienes y mercancías, entre otros. Bajo este propósito nació en 1764 en Vergara la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP), con el patrocinio del conde de Peñaflorida[23]. En 1773 también se creó en Navarra la Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público; y a partir del siguiente año, con la invitación de Campomanes a formar sociedades patrióticas similares a la vasca, se establecen las de Cádiz, Zaragoza, Madrid, Sevilla y muchas otras más[24].
Desde fechas tempranas, en el virreinato de la Nueva Granada existían individuos que pertenecían o eran miembros por suscripción de la RSBAP. Entre los más destacados se encuentra el logroñés, de padres vascofranceses, Juan José D´Elhuyar, quien junto a su hermano el mineralogista Fausto, migrado a Méjico, era socio antiguo y de gran influencia dentro de esta institución.
D´Elhuyar era afín a las ideas ilustradas y fue protagonista de los cambios políticos y económicos aplicados en esta parte del continente. Sus aportes se destacan en la administración y explotación de minerales, dado que fue contratado para mejorar el rendimiento y producción aurífera neogranadina. A finales del siglo, había logrado que el naturista y científico gaditano José Celestino Mutis, también radicado en Bogotá, se inscribiera como socio correspondiente de esta asociación de pensamiento vasca[25].
Otro de los miembros destacados de la RSBAP fue el vizcaíno Ignacio del Campo Larrahondo, quien además hacía parte de otras tertulias y sociedades de pensamiento que pululaban por aquellos días en el virreinato. Ignacio fue uno de los fundadores de la Tertulia Eutrapélica de Bogotá y según Prado obtenía información privilegiada de la RSBAP y la trasmitía a sus paisanos de Popayán para luego tomar importantes decisiones en el comercio y política. En sus palabras:
don Ignacio del Campo Larrahondo, comerciante natural del señorío de Bizkaia quien mantenía en Popayán conexiones con el influyente grupo científico y político de su provincia natal, la Sociedad Vascongada, lo que permitía al grupo acceso a información privilegiada que circulaba en la península[26].
Por estas fechas en Nueva Granada se vio la necesidad de crear este tipo de sociedades. El criollo Fermín de Vargas fue uno de los principales impulsores al intentar fundar en 1781 la SAP de Turbaco, Cartagena, para potencializar la agricultura (algodón). No es casual que hubiera tomado como modelo la RSBAP, tal como lo reconoció al afirmar que el cuerpo patriótico “se debía fundar bajo las mismas reglas que los de Madrid y Bizkaia, que lo fueron también a imitación de los de Berna y Dublín, considerando como punto único el fomento del Reino”[27]. Pese a sus esfuerzos, esta institución apenas se vino a materializar en 1812 con la fundación de la Sociedad Patriótica de Cartagena[28].
También este año, en la provincia de Antioquia, el presbítero José Londoño, descendiente de vascos por su apellido de Orduña, pidió permiso al virrey para fundar en Medellín una SAP para impulsar los ramos de la agricultura, industria y trabajo[29]. Más adelante, el visitador asturiano Juan Antonio Mon y Velarde –socio de la SAP de su patria Oviedo–, fomentó la creación de instituciones públicas y privadas para el desarrollo de la educación[30]. Por ello, pulularon sociedades económicas y SAP en distintas villas y ciudades antioqueñas, y del mismo modo, confluyeron individuos ilustrados que aportaron al desarrollo de un incipiente patriotismo (afecto a la patria chica), decididos a favorecer las artes, agricultura, comercio e industria local.
Las familias que se insertaron en estas nuevas formas de sociabilidad de una u otra forma constituyeron la elite social, política y económica a vísperas de la Independencia. Aunque vale la pena decir que la categoría de ilustrado no implica necesariamente su identificación con los procesos rupturistas como es el caso del vizcaíno José María Zuláibar, quien era contrario a la República pese a ser considerado como “el español más ilustrado” que vino a la provincia[31]. Mientras que en otros vascos ilustrados que tampoco se comprometieron con el gobierno republicano: el alavés Valerio Ramón de Uruburu, los hermanos navarros Tomás y Juan Pablo Pérez de Rublas y Arbizu, y el también navarro del Baztán, Juan Bautista Barreneche e Indart, se observa la particularidad que sus hijos si participaron en los procesos revolucionarios[32].
Dejando de lado la provincia de Antioquia encontramos otras SAP en ciudades y villas como la de Mompox (1780), jurisdicción de la provincia de Cartagena, fundada por ilustres criollos entre los cuales se encuentran algunos apellidos vascos como Choperena y Echaves. Esta fue una de las SAP más importantes del virreinato puesto que llegó a contar con socios correspondientes de la talla del naturalista gaditano José Celestino Mutis y el ingeniero italiano Domingo de Esquiaqui[33].
Otra de las sociedades más antiguas del virreinato fue fundada en Santafé de Bogotá en 1801. Aunque esta ya había sido propuesta en la prensa capitalina por los periodistas Rodríguez (el Papel Periódico de junio de 1791) y Lozano (el Correo Curioso del 10 noviembre de 1801) no se pudo materializar por falta de apoyo económico. No fue sino hasta el 25 de noviembre de 1801 cuando el sabio Mutis decidió crearla y contó con el beneplácito del virrey oriundo del Baztán Pedro Mendinueta y Múzquiz[34]. Es importante mencionar que esta sociedad tenía entre sus socios a José y Luis Azuola, hijo y nieto, respectivamente, del guipuzcoano Miguel Azuola de Iturriza y Murcia.
En esta misma línea de promoción de las sociedades patrióticas se encontraba el vasco Luis de Astigarraga, residente en Santa Marta y pariente del gobernador Joseph de Astigarraga. Este individuo escribió en 1792 un artículo sobre la agricultura neogranadina, publicado en el Papel Periódico y bajo el seudónimo de “un amante de la humanidad”. En su texto llamó la atención sobre la necesidad de instruir y fomentar la agricultura para el desarrollo del bien común, entendiendo esta rama económica como la base de la sociedad y prosperidad[35]. Así pues, el vasco alimentó el discurso de la creación de las SAP como oportunidad de desarrollo agrícola, industrial y comercial.
Por estas fechas, existieron otros intentos de crear SAP en provincias como Popayán (1801). Sin embargo, es después de la Constitución de Cúcuta cuando se da un nuevo impulso a la formación de estas sociedades. Nuevamente la provincia de Antioquia fue pionera en refundar la SAP, por medio del decreto del 18 de marzo de 1822, dictado por el vasco-uruguayo Francisco Urdaneta, gobernador de Antioquia en dos periodos[36].
En este decreto Urdaneta mandó a fundar una SAP en cada cabecera de cantón, compuesta por 7 vecinos, con la intención de informar al gobierno sobre los aspectos relacionados con el bien público y para contribuir a la educación, agricultura, comercio y artes[37]. Así nació la de Medellín, la cual tenía entre sus socios a los descendientes de vascos Juan Uribe Mondragón y José María Uribe Restrepo[38]. Por la mismas fechas se creó la de la ciudad de Antioquia[39] y la Sociedad de Amigos de la Ilustración de Marinilla (1839)[40].
En las provincias del Caribe se fundaron distintas SAP en las décadas de 1820-30. En la villa de Mompox se instauró la Sociedad de Amigos de la Instrucción Elemental en 1825 con la participación de los vascos Tomas de Choperena y Marcelino de Echaves, seguidas de sus similares en Cartagena (1831) y Barranquilla (1834). En el resto del país nacieron dos en Popayán en 1833: la SAP y la Sociedad Amigos de la Instrucción Elemental. En Bogotá se creó la Sociedad de Instrucción Primaria en 1834 y en Pasto otra en 1838. De esta forma, para mediados del siglo la mayoría de las ciudades del país contaban con una SAP o una sociedad para el fomento de la instrucción pública.
Bajo este contexto, se pude observar que las instituciones formadas en las vascongadas, junto con los ilustrados vascos, contribuyeron al desarrollo de establecimientos y sociedades locales del bien público. En especial, a la creación de un espíritu patriótico y una elite receptiva al cambio que alimentó un incipiente regionalismo o patriotismo, el mismo que actuó, en tiempos de crisis, como fermento del fenómeno de eclosión de soberanías que se presentó en esta parte del continente.
Los vascos republicanos y su contribución a la soberanía popular
Revolucionarios, insurrectos y conspiradores
Con la dinastía Borbón, a través de una serie de reformas, se crearon en América nuevas entidades jurídico-administrativas como intendencias, capitanías y nuevos virreinatos como el del Nuevo Reino de Granada y del Río de la Plata[41]. Si bien, estos entes territoriales se erigieron como depositarios del poder público y la administración española, se debe aclarar, tal y como lo explica Francisco Javier Guerra, que las ciudades-provincias (o gobernaciones) ya a vísperas de la Independencia se habían configurado como verdaderas comunidades históricas[42].
Lo anterior es importante puesto que esta forma de organización logró crear una burocracia a gran escala, cohesionada con la metrópoli y sus intereses, que vieron en las ciudades y villas, y en sus organismos de representación, los ayuntamientos, las posibilidades de cumplir sus aspiraciones sociales, políticas y económicas. Por ello, bajo esta estructura de orden y control se cimentó la sociedad premoderna americana y se sustentó el dominio español sobre el vasto continente, sin que su poder y soberanía haya sido menguado, puesto en cuestión o amenazado seriamente en más de trecientos años.
Del mismo modo, es necesario entender que para el siglo XVIII la base de esta soberanía y forma de gobierno, que en esencia fue pactista, estaba sustentada en el poder heredado por el monarca español. Esta es la razón por la que la ausencia de Fernando VII dejó un vacío y una situación de ingobernabilidad que se manifestó en toda la escala política y social. Razón por la cual, tal y como ocurrió en la península, en la América española las principales cabezas de gobierno (ciudades-provincia) comenzaron a formar juntas de representación y actas donde plasmaron sus nuevos pactos constitucionales.
Las actas en apoyo a Fernando VII se comenzaron a levantar en Caracas en 1808, en Quito en 1809 y en adelante en 1810 se suman otras ciudades de la capitanía –Cumaná, San Felipe, Barinas, Mérida, y Barcelona– y del resto del virreinato –Cartagena, Cali, El Socorro, Bogotá, Tunja, Neiva, Girón, Pamplona, Popayán, Mompox, Novita, Chocó, Antioquia, y Santa Marta, entre otras–. Estas produjeron los primeros intentos de constituciones, pero más allá de ser tomadas como un anhelo de independencia total frente a España, significaron justamente lo contrario, se hicieron en nombre de los derechos de gobernar del rey cautivo y para preservar la unidad del Imperio; es decir, actuaron reaccionando frente al invasor francés y la situación de ingobernabilidad que habían creado la usurpación del trono.
Al siguiente año, en un giro inesperado, las ciudades caribeñas de Caracas y Cartagena, en julio y diciembre de 1811, respectivamente, proclamaron sus nuevas constituciones, esta vez rupturistas, siendo las primeras de toda la América hispana[43]. Sin duda esta fue la respuesta más drástica ante la crisis, pues habían decretado la separación definitiva de los vínculos inexorables que las ataban a la metrópoli española. Tímidamente fueron seguidas en los años siguientes por un puñado de provincias más que se creían o veían a sí mismas con derechos constitutivos (entendidas como comunidades donde se habían configurado los cimientos de un incipiente Estado). Entre ellas estaba Cundinamarca, cuya capital Santafé de Bogotá había sido cabeza virreinal, quien declaró su Independencia absoluta de España dos años después de Cartagena (19 de julio de 1813).
¿Qué ocurrió entonces para que Caracas y Cartagena, ciudades-provincia periféricas y no centrales, en menos de un año dieran un giro tan radical? Evidentemente fue uno de los resultados que produjo la oposición frente al Consejo de Regencia que para entonces se había autoproclamado como superior representante de la monarquía española y sus adscripciones territoriales. Del mismo modo, la misma sensación de desigualdad que se había producido por la baja representación americana en las Juntas de Cádiz (según el tamaño y número de habitantes) y el incumplimiento de la pragmática de 1808 que decía que los territorios americanos no eran colonias, sino provincias con los mismos derechos y prerrogativas que las peninsulares como parte integral del Imperio español.
Otro de los motivos fundamentales que precipitaron este cambio fue la influencia y presión de los nuevos círculos de pensamiento, los cuales estaban irrumpiendo con fuerza en la política y opinión americana. Se trata de grupos formados por individuos pertenecientes a una elite pequeña y focalizada que indubitablemente se decantaron por la Independencia. Eran círculos de poder que estaban comprometidos con las ideas de libertad e igualdad, la primera entendida como la adhesión a los principios liberales y la segunda tomada en el sentido de abolir los monopolios y privilegios, la sociedad estamental y acelerar el paso hacia la modernidad política.
Como se ha mencionado, las vascongadas fue un foco de apertura hacia estas ideas y pensamientos modernos, toda vez que las instituciones que allí se formaron actuaron como catalizadoras de las transformaciones que se estaban viviendo en el eje Atlántico. De manera que si algo se le puede atribuir a los vascos frente al proceso de Independencia americano es la recepción y trasmisión de información, corrientes y sistemas de pensamiento ilustrado, además de su participación en las primeras juntas deliberativas, ensayos de constituciones e intentos de modernidad.
Los vascos en las constituciones y la eclosión de soberanías
Para entender los procesos de independencia americanos hay que tener en cuenta la disparidad, excepciones y giros que tomaron los acontecimientos, y en especial, los intereses que manejaba una parte de las elites para jalonar estos procesos de cambio. No se debe pensar en una visión teleológica que parte de un fin especifico como lo era la Independencia en sí misma, visión que por fortuna ha sido ampliamente superada por la historiografía de las últimas décadas[44].
La aspiración máxima de las elites criollas siempre fue detentar el poder político y económico de sus respectivas patrias o comunidades políticas (ciudades o villas)[45]. Estas eran entidades ya autónomas en las que se podían crear grupos de poder, comprar cargos, influir en la política local e insertarse en la alta sociedad a través del dominio económico. Si bien los borbones intentaron limitar estos privilegios, renovando las elites rectoras, prohibiendo las regidurías a perpetuidad, la compra de cargos de la administración y la formación de camarillas políticas, las elites económicas y terratenientes siempre idearon la forma más pragmática de participar o influir en los asuntos de la república[46].
En los vascos se observa como desde el siglo XVI había participado activamente en la formación de redes de autoprotección y paisanaje que tenía como fin unir esfuerzos, brazos y capitales colaterales; además de tener peso político y económico, capacidad de inversión y cohesión social. Esta forma de actuación se manifestó en la mayoría de las elites regionales de la Península, y las que se formaron en América, ya que se encontraban insertas en un juego de poder propiciado por la misma monarquía toda vez que otorgaba prebendas, monopolios y gracias, premiando el buen servicio a la Iglesia y Estado; y en caso contrario castigando el desacato, desavenencia y traición a estos poderes.
Se observa que durante la época de crisis política y social que ocasionó la invasión francesa en la Península, un sector de la sociedad criolla vio la oportunidad de aprovechar esta coyuntura para obtener un control más efectivo de sus respectivas patrias chicas. Este fue el inicio de una serie de pugnas a por el poder local: mientras una parte de las elites, la más aperturista, vio la oportunidad de obtener más privilegios y control del Estado, la otra, la más reaccionaria, se aferró al gobierno realista y defendió sus antiguos privilegios.
Así mismo, no se debe olvidar que este periodo produjo uno de los primeros ensayos de modernidad política que se habían visto en el continente. Ensayo que primordialmente le tocó vivir a las generaciones más nuevas, letradas e ilustradas, de ahí que es muy frecuente encontrar a jóvenes hijos de vascos entusiastas de estos procesos portadores de transformaciones y cambios. Y en el caso contrario, sus padres fueron mucho más prudentes y se mantuvieron expectantes frente a los acontecimientos.
También como se ha mencionado fueron los vascos una elite ilustrada y preparada, y por extensión, sus hijos tuvieron la oportunidad de estudiar en la red de universidades, colegios y seminarios existentes en la América española. Este es un factor que hizo que muchos jóvenes de familias vascas se acercaran a los distintos procesos constitucionales, por el simple hecho de haber tenido una educación en leyes, por ser una elite letrada, pero también por pertenecer a poderosos grupos enraizados en el poder político y económico.
En línea con lo anterior, muy temprano se pueden ver diputados descendientes de vascos entre los representantes de los primeros consejos deliberativos que se formaron en sus respectivos ayuntamientos o “patrias”: Por solo nombrar algunos, se les puede ver entre las juntas de gobierno formadas en 1810 en Cartagena (el 22 de mayo), Santafé de Bogotá (el 20 de julio), Santa Marta (9 de agosto) y Antioquia (30 de agosto).
En las primeras juntas deliberativas que se establecieron en Cartagena entre 1810 y 1812, participó el comerciante Anselmo José de Urreta, hijo del vasco Ramón Urreta Oyárzabal; mientras que en los sucesos de Santa Fe de Bogotá, donde fue depuesta la autoridad del virrey Amar y Borbón (remplazado por la junta de gobierno), se encontraban tres vascos como firmantes del acta de constitución provisional: Antonio Baraya (Hijo del vizcaíno Antonio Baraya La Campa); Luis Eduardo de Azuola (nieto de Miguel Azuola, guipuzcoano oriundo de la villa de Elgueta) y José María Arrubla (antioqueño hijo del navarro Juan Pablo Pérez de Rublas).
En Santa Marta por su parte el movimiento comenzó 9 de agosto de 1810, fecha en la que se congregaron los diputados en la Sala Capitular, dirigidos por el gobernador de origen riojano Víctor de Salcedo y Somodevilla. Entre ellos, los de origen vasco eran el coronel Josef Munive; los alcaldes Apolinar de Torres y Josef Nicolás de Ximeno (vizcaíno quien vino con su hermano Andrés); y el regidor Enrique Arroyuelo (hijo o hermano de Buenaventura Arroyuelo y Bezaral, naturales del Señorío de Bizkaia).
En Antioquia, igual que en Santa Marta, el proceso se desarrolló sin deponer las autoridades, empezó el 30 agosto de la mano del gobernador Francisco de Ayala (nacido en Panamá de origen vasco), quien asumió la presidencia de la junta y convocó a los representantes de los cabildos principales de la provincia: Santafé de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla. Entre los diputados asistentes los de origen vasco eran José María Ortiz (hijo del vizcaíno Domingo de Ortiz y Argote), José María Montoya (descendiente de alaveses) y José Antonio Londoño (apellido originario de Orduña).
En primer lugar, hay que reconocer que estas juntas y constituciones todavía eran depositaria de los derechos de gobernar de Fernando VII, por lo tanto, no se deben tomar como crisol de la Independencia, sino que por el contrario protectoras de la soberanía regia. Seguidamente, se debe entender que, en las cuatro provincias puestas como ejemplo, entre las 22 que existían en todo el virreinato (tomando las de Venezuela y Quito), los proceso fueron dispares y disimiles. En la mayoría, incluso en Cartagena, se reconoció el Consejo de Regencia como órgano superior; mientras en Santa Fe de Bogotá, capital del virreinato, aunque inicialmente lo hizo, días después negó esta atribución.
El paso hacia la ruptura total se presentó en la gobernación de Cartagena, primero en Mompox, y posteriormente en la cabeza de gobierno la ciudad de Cartagena. Entre los representantes que firmaron la declaratoria de Independencia absoluta de esta ciudad se encuentran el oñatiarra José de Arrázola y Ugarte y el cartagenero Anselmo Urreta (ya mencionado), ambos representantes de la capital; Luis José de Echegaray, comisionado por el Departamento de Mompox; y Nicolás de Zubiría, nacido en el sur de Italia, pero de claros orígenes vascos por su apellido.
En Riohacha fue una mujer de origen vasco, Concepción Loperena, quien lideró desde 1812 el proceso de formación de juntas de gobierno. En 1813 fue una de las firmantes del acta de Independencia definitiva de la ciudad de Valledupar, el 4 de febrero, dejando plasmadas en esta carta constitucional las siguientes palabras:
Sea notorio a cuantos esta acta vieren, como yo María Concepción Loperena Fernández de Castro, mujer libre, de origen realista pero hoy republicana, en nombre del cabildo de justicia y regimiento de esta ilustre ciudad, proclama libre e independiente a la ciudad de Valle de Upar del gobierno español y la somete a los auspicios del supremo Presidente S.E. Jorge Tadeo Lozano y hace sabedores a todos los aquí presentes, que la ilustre ciudad está por esta acta, ahora que son las diez de la mañana, libre y dispuesta a luchar por conseguir la libertad de todos los pueblos que guardan unión con el vínculo indestructible del idioma y el pensamiento[47].
Por su parte, en la provincia de Antioquia, que decretó su Independencia dos años después de Cartagena (1813) para constituirse como una República libre y soberana, se encuentran entre los firmantes de su carta magna y participantes del gobierno vascos como José María Hortiz (ya mencionado), quien asumió como Secretario de Guerra y Hacienda; el doctor Avelino Uruburo, hijo del alavés Fernando de Uruburu, quien se desempeñó como Auditor de Guerra y Asesor de la Intendencia; y Pedro Arrubla, otro de los hijos del navarro Juan Pablo Pérez de Rublas, quien se desempeñó como Corregidor Intendente, Juez de Policía y Seguridad Pública.
A su vez, en fechas tardías, el 9 de octubre de 1820, entre los individuos que firmaron el acta de Independencia de Quito se encuentran el donostiarra Bernardo Alzúa y Lamar, Manuel Ignacio Aguirre (del cual se menciona era español de nacimiento, sin determinar la provincia de origen), Francisco Xavier de Aguirre Cepeda; José María de Antepara y Arenaza; y José Ramón de Arrieta y Echegaray, entre otros[48].
Como es posible observar, la mayoría de los individuos aquí mencionados eran hijos de vascos, por lo que se puede concluir que mientras algunas generaciones de vascos nacidos en América se adhieren con pasión a los giros que tomaron las contiendas, sus padres, nacidos en Europa, tuvieron más cautela de mantener posiciones radicales o comprometedoras.
Los hijos de la revolución
Entre 1810 y 1813 la condición de las familia vascas, como la de muchas otras españolas, presentó una particular relación dialéctica. Se batían entre continuar con la lealtad a la monarquía, que representaba a los reinos peninsulares, y por tanto mantenían los privilegios y fueros de sus patrias chicas, o abrazar una nueva en el cúmulo de estados que estaban surgiendo después de esparcida la soberanía regia sobre los pueblos.
De aquellas familias vasco-navarras que apoyaron la independencia se puede inferir que se guiaron de una forma pragmática por su relación con el comercio, dado que fue de enorme importancia mantener los negocios y familias. En tanto que, entre 1810 y 1813, los vascos nacidos en la península fueron más cuidadosos de comprometerse con uno u otro bando con el objeto de salvaguardar sus bienes, vidas y familia.
En la familia del vizcaíno Ignacio Del Campo Larrahondo se observa el tránsito entre uno u otro bando según fueron girando los acontecimientos. Uno de sus hijos, Mariano, participó en 1810 en la comisión que de Popayán viajó a Cali y Caloto para hacer reconocer el Consejo de Regencia (representante del rey). Para 1814 se afirma que había virado su pensamiento político, lo que le valió el embargo de sus bienes por parte del gobierno realista. A su vez, uno de sus hermanos, Manuel, formó parte del cuerpo de oficiales de una tropa de 1.100 hombres que enfrentó al jefe realista Miguel Tacón[49].
En especial, se observa en este proceso parentelas muy bien definidas que configuraron la elite de la independencia. Es el caso de los vástagos de la familia Arrubla, un clan radicado en Antioquia provenientes de Navarra. Es posible que sus vínculos con el movimiento republicano provengan del enlace estratégico entre Josefa Arrubla Martínez y el mompoxino Juan del Corral, quien se convirtió en el primer presidente-dictador de la República Libre y Soberana de Antioquia[50].
Uno de sus cuñados, el abogado José María Arrubla Martínez, participó como firmante del Acta de Independencia absoluta del Estado de Cundinamarca en 1813, hecho que lo llevó a ser fusilado por Morillo el 10 de septiembre de 1816 junto a otros miembros de las elites santafereñas. Su otro pariente, Pedro Arrubla Martínez, hizo parte de la Cámara de Representantes del Pueblo, órgano legislativo del Estado Soberano de Antioquia que el 20 de abril de 1814 aprobó la ley de manumisión de los hijos de esclavos. Lamentablemente, este mismo mes Del Corral falleció. Asumió como presidente provincial del Estado José Miguel de La Calle, el 8 de abril de 1814.
El último de los varones del clan, Manuel Arrubla Martínez, se exilió en 1816, temiendo represalias del pacificador Morillo, por sus claros nexos políticos con su familia republicana. Regresó en 1821 durante la Segunda República, siendo uno de los encargados de conseguir en Inglaterra, junto con el también vasco-antioqueño Francisco Montoya, un empréstito para sostener los gastos de la guerra de Independencia.
Las mismas parentelas comprometidas con la causa emancipatoria se pueden observar en la ciudad de Santafé de Bogotá donde, entre los troncos que anudaron estas relaciones de poder, se encontraban algunas familias vascas que habían tejido sus vínculos en la provincia de Antioquia. Se trata de los apellidos vascos Ricaurte, Terreros y Baraya, quienes junto a otros con los que se unieron Lozano, París y Mauris aportaron a la formación de la elite militar y política neogranadina[51].
Esta red parental no solo alineó a las elites militares y la clase dirigente en apoyo de la Independencia, sino que de igual forma enroló a su causa a varios integrantes de sus familias. Es el caso de la antioqueña Genoveva Ricaurte Mauris, madre y esposa de republicanos, quien participó en la red de espías y apoyos logísticos durante el periodo de enfrentamiento entre federalistas y centralistas. Precisamente, por sus actividades insurgentes fue condenada al destierro en el municipio de Fusagasugá, junto a su nieta Dolores Vargas Paris. Su primo, Jorge Ramon de Posada y Mauris, presbítero de Marinilla, también es considerado como uno de los patriotas que más ayudó al levantamiento de tropas durante la Primera y Segunda República en Antioquia[52].
Josefa Baraya, hija del vasco Antonio Baraya La Campa, también estuvo inserta en esta misma red parental comprometida con el gobierno republicano. Por su participación en los sucesos del 20 de julio en Bogotá fue desterrada con sus hijos al pueblo de Manta.
Como la anterior, otras mujeres tildadas de auxiliar la revolución que acusan un origen vasco fueron: Liberata Ricaurte, Juana Ricaurte, Andrea Ricaurte de Lozano, Francisca Prieto Ricaurte, Trinidad Ricaurte, Rita París, Dolores Olano, Josefa Ezquerra, Eugenia Arrázola, Manuela Uzcátegui, Rosa Zarate, Simona Amaya, Bárbara Ortiz, Pascuala Lizarazo, Dorotea Lenis, Josefa Lizarralde, Policarpa Salavarrieta, Estefanía Neira de Eslava y Concepción Loperena. En el caso de los hombres se encuentran: Felipe Largacha, Antonio Arboleda y Arrachea (nieto del vizcaíno Martin Arrachea y Urrutia) y otros de los 82 nombres tomados por Abrisqueta como Alejo Sabaraín, Manuel Anguiano, Domingo Araos, Sebastián Carranza, Diego Galarza, Martín Gamboa, Rafael Lataza, Mariano Metauten, Pastor Uribe, Juan Zabala[53].
A esta lista se puede agregar Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru (bisnieta del vasco Juan Ignacio de Aizpuru y Erazo), quien, además de activista por la independencia, fue compañera de Bolívar y lo salvó del atentado que sufrió el 25 de septiembre de 1828, en el que curiosamente se ven implicados dos vascos como principales conspiradores Wenceslao Zuláibar (hijo del vizcaíno José María Zuláibar) y su socio el francés Agustín Horment.
Los vascos en los ejércitos patriotas en la Nueva Granada
De los centenares de hijos de vascos que participaron en la armada o ejército republicano algunas familias como los Ricaurte alcanzaron una posición privilegiada. Como se ha mencionado, estos pertenecían a una red parental concentrada en Santafé de Bogotá que en tiempos de crisis estuvo involucrada en la política y la guerra. Tan solo de esta familia salieron proceres militares como Joaquín Ricaurte Torrijos (1766-1820), Antonio Baraya Ricaurte (1776-1816), Antonio Ricaurte y Lozano (1786-1814), Mariano París Ricaurte (1788-1833), Joaquín París Ricaurte (1795-1868) y Antonio París Ricaurte (1793-1846).
En Antioquia se destacó el coronel Mariano Barreneche, nieto del navarro del Baztán Juan Bautista Barreneche e Indart, quien a los 15 años se enlistó en el ejército republicano, realizando las campañas de la costa Atlántica hasta la rendición de Cartagena. Además, participó en las batallas de Pichincha, Junín y Ayacucho[54]. Mariano se enlistó en la escuela militar formada en Antioquia por el sabio Caldas bajo la instrucción del francés Serviez. De ellas salieron muchos jóvenes militares, algunos de origen vasco como se observa en los apellidos de los 4 oficiales de la cuarta compañía del Batallón Antioquia: el capitán José Urrea, los tenientes Manuel Álzate y Manuel Ortiz, y el subteniente Joaquín Viana[55].
Otros miembros de la elite militar del virreinato de Nueva Granada fueron el santafereño José Luciano D’Elhuyar y la Bastida (1793-1815), hijo del mineralogista de origen vasco Juan José D’Elhuyar; el cartagenero Gregorio María Urreta, hijo del vasco Ramón Urreta y Oyarzabal; y el vallecaucano José Ignacio Mazuera y Rentería (1773), nieto del vasco Francisco de Rentería[56]. A estos se añade el quiteño nacido en Guaranda, Manuel de Echeandía (1783-1850), hijo del durangués Fernando de Echandía y Saloa[57].<
Otros vascos participaron notablemente en la formación de las primeras armadas nacionales. Es el caso del capitán del puerto de Guayaquil Manuel Antonio de Luzarraga y Echezurria, nacido en Mundaka, Bizkaia, quien puso a disposición de la Independencia la goleta “Alcance”. Especialmente, se destacó Juan Nepomuceno Eslava –hijo del virrey Sebastián de Eslava y Lazaga–, quien en septiembre de 1810 fue nombrado comandante del apostadero de Cartagena, en remplazo del también vasco Andrés Oribe, por decreto de García de Toledo[58].
En aquellos tiempos convulsos, Eslava preguntó al ministro de Marina español, en enero de 1811, si debía o no aceptar el cargo. La respuesta, que llegó en abril del mismo año, fue enfática en ordenarle que continuara en el puesto siempre que no se le ordenara agredir a los leales a Fernando VII. No obstante, ya desde marzo el clima político se había deteriorado, al punto que tuvo que abandonar su cargo para octubre del mismo año. Aun así, es tomado como el primer comandante de la marina de guerra[59].
Por estas fechas, Cartagena estaba organizando su armada nacional al fundar la primera escuela naval en 1812. Aunque la alternativa más pragmática que empleó para lograr tener una marina medianamente competente fue la incorporación de mercenarios y corsarios extranjeros. En efecto, el comodoro francés Luis Aury fue quien remplazó a Eslava en la comandancia general de esta plaza. Aury había sido contratado por gestión de los agentes de negocios en las Antillas y Baltimore, por lo que su tripulación estaba compuesta por individuos de varias nacionalidades: estadounidenses, corsos, genoveses, británicos, y especialmente negros franco antillanos, y otros franceses europeos; por lo anterior, es probable que algún marinero vascofrancés se haya enrolado en su tripulación.
Por esta misma época, comenzaron a llegar los primeros conspiradores franceses para organizar células insurgentes en las costas de Venezuela y Nueva Granada. La mayoría arribó en la fragata “Tilsit” procedente de Bayona (Iparralde) al estuario de Patapsco, en Estados Unidos[60]. Desde allí, se dirigieron a Suramérica para realizar labores de espionaje, reclutar hombres y toda clase de apoyos a la Independencia. No es fortuito que los galos fueran los primeros cuerpos organizados –cuadros de oficiales, suboficiales y tropa– de carácter extracontinental que arribaron para sostener las incipientes repúblicas. De ahí que se recuerdan centenares de franceses que militaron primero en el gobierno de Miranda, y tras su caída en 1814, en la Nueva Granada[61].
Entre los mercenarios y civiles enrolados en la República durante el periodo de guerra es posible encontrar individuos nacidos del lado francés del golfo de Bizkaia, principalmente procedentes de Bayona y el Bearne nacionalizados como colombianos. Aunque no existen datos de nacimiento de sus apellidos se observar raíces vascas en individuos como Lamothe[62], Olleta (de los hermanos Andrés y Juan María) y Dousdebes (Jean)[63].
Con los mismos fines: apoyar las revoluciones americanas, vinieron decenas de mercenarios vascos de la Península, quienes también se nacionalizaron y tuvieron cargos en los ejércitos republicanos.
Vascos en los cuerpos completos de voluntarios, el caso de Javier Mina
Uno de los episodios menos conocidos de los procesos emancipatorios americanos es el arribo desde la península de voluntarios, algunos de ellos vascos, enrolados en los ejércitos republicanos. Se puede decir que estos individuos eran afectos a la Constitución de Cádiz y por tanto se habían revelado contra el absolutismo monárquico como sucedió con el navarro Javier Mina, quien cruzó el Atlántico para luchar por la Independencia de México y Nueva Granada.
Mina había luchado contra la ocupación francesa formando un cuerpo llamado “Corso Terrestre de Navarra”. En 1814 cayó prisionero y fue trasladado hasta el Castillo de Vincennes donde estuvo hasta la caída de Napoleón. Tras su regreso a Pamplona se le ofreció el mando de una división contra los rebeldes mejicanos, sin embargo, no solo rechazo la propuesta, sino que tiempo después se sublevó en Pamplona junto a su tío Espoz Mina contra Fernando VII[64].
Cruzando la frontera francesa fue arrestado y conducido a Bayona y tiempo después fue puesto en libertad. Se dirigió a Londres donde tuvo contacto con personajes que apoyaban la independencia de Suramérica como Lord Holland, el almirante Fleming, el general norteamericano Winfield Scott, el delegado venezolano en Inglaterra Luis López Méndez, el agente de Nueva Granada en Francia Palacios Fajardo y el prelado mexicano José Servando de Mier. A raíz de estas reuniones Mina logró conseguir un buque, hombres, armas y municiones para realizar una eventual campaña en tierras americanas.
Desde Liverpool viajó a Estados Unidos en la fragata “Caledonia”, reuniéndose en Baltimore con Pedro Gual, comisionado neogranadino a quien le pidió apoyos para su campaña militar en México. A partir de allí, acordó una reunión con Bolívar, exiliado en Haití, logrando apoyos para su incursión armada con la condición de, una vez culminada su misión, dirigir sus tropas a Suramérica. Sin embargo, en su propósito revolucionario en tierras mexicanas tuvo la mala fortuna de ser tomado prisionero y morir ejecutado.
Como Mina vinieron de Europa decenas de peninsulares adeptos a la causa de la Independencia. Sus motivaciones se hallan, como se ha mencionado, en sus convicciones políticas e ideológicas en la lucha contra el absolutismo monárquico; pero también se vieron motivados ante la promesa de ganar glorias en tierras lejanas, una buena remuneración y un ascenso en el escalafón militar.
Desde la Primera República ya se habían contratado mercenarios extranjeros que habrían tenido algún éxito, no obstante, de inmediato surgieron problemas relacionados con las diferencias de idiomas, carácter y temperamentos[65]. Esta serie de inconvenientes llevaron a Bolívar a pensar que para el éxito de las campañas militares se precisaba que desde Europa llegaran “cuerpos completos y organizados” de combatientes[66]. Es así como desde el hemisferio norte comenzaron a llegar las legiones británica, irlandesa, hanoveriana y otros destacamentos distribuidos por naciones amigas de la revolución suramericana.
Así mismo, ante la dificultad de lograr un buen entendimiento entre los militares extranjeros y criollos Bolívar vio positivo el enrolamiento de legionarios provenientes directamente de la península, entre ellos vascos, alineados con la causa americana. Esta estrategia entusiasmó mucho al caraqueño quien afirmó: “Nada es tan precioso para nosotros como la adquisición de militares expertos y experimentados, acostumbrados a nuestros usos e iguales a nosotros en lengua y religión”[67].
Por ello, Bolívar se contactó con el teniente Francisco Renovales para que trajera un cuerpo de voluntarios españoles afirmando: “nos hace un verdadero servicio ofreciéndonos su activa cooperación al restablecimiento de la Independencia de América, y éste será tanto mayor si V.E. logra atraer a nuestra causa el mayor número posible de militares españoles que quieran adoptar una patria libre en el hemisferio americano”[68].
No se sabe el número exacto de mercenarios peninsulares que vinieron por las gestiones de Renovales, sin embargo, cada vez más se encuentran individuos de esta procedencia inscritos en los ejércitos republicanos. Dentro de ellos se pueden considerar como vascos Juan Bautista Insusarri, Joaquín Lezama, Pedro Navarro, J. Quintana, Guillermo Zarrasqueta y sujetos que tenían apellidos como Ayaldeburu y Ercilla, entre otros[69].
Otro motivo del incremento de peninsulares, y en nuestro caso de vascos, en las fuerzas militares republicanas, fue el creciente número de desertores del ejército realista. Esto ocurrió, en parte, gracias al ofrecimiento que Bolívar hizo de tierras, sueldos y rangos militares superiores a los que detentaban quienes se cambiaran de bando y adoptaran la nacionalidad colombiana. Así, entre 1823 y 1825 muchos militares españoles, y vascos, obtuvieron carta de naturaleza del gobierno de Colombia (ver tabla 1).
Una vez terminaron las guerras de Independencia en Hispanoamérica, los individuos migrados después de 1810 terminaron radicándose y formando familias en el territorio. Junto a los vascos que habían migrado con anterioridad, fueran estos republicanos o realistas indultados, participaron en la fundación de una nueva entidad territorial llamada República de Colombia (actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá).
Una de las consecuencias inmediatas de los procesos de ruptura que tuvieron lugar en el Circuncaribe, sitio tradicional del éxodo vasco dieciochesco, fue el ocaso de la presencia y migración asidua de este colectivo. Sorprendentemente, unas décadas después, oleadas de desarraigados vascos se dirigirían masivamente hacia las repúblicas que habían nacido del mismo proceso de Independencia americana en el extremo sur: Argentina y Uruguay.
A manera de conclusión, para entender la participación vasca en las revoluciones americanas se debe enfatizar que su intervención no hace parte de un procesos colectivo sino mayoritariamente individual y a lo sumo parental. Esto se puede observar en la diversidad de puntos de vista que este colectivo tuvo frente a la Independencia: los hay desde los más escépticos e indiferentes, hasta los más fanáticos de uno u otro bando. Igualmente se encuentran posturas moderadas y cambiantes según el giro de los acontecimientos.
Seguidamente, como en todo proceso de cambio ligado a la modernidad, es muy importante observar los quiebres o discontinuidades. En este sentido, el análisis de la transición intergeneracional que se experimentó al interior de la institución familiar puede aportar más detalles sobre el cambio de paradigma, toda vez que se evidencia que los padres pertenecían a una sociedad arcaica y conservadora, mientras que los hijos fueron más abiertos a las propuestas de renovación social, cultural, política y económica.
Finalmente, la mayoría de las elites pre independentistas americanas estuvieron emparentadas con linajes regionales peninsulares por parte paterna y conectados en sus líneas genealógicas maternas con descendientes de los primeros conquistadores y fundadores de ciudades. De sus padres absorbieron las particularidades de las patrias de origen, mientras que de sus madres asumieron los derechos sobre la tierra donde nacieron. Esto quizás explique por qué los individuos que participaron en estos primeros ensayos de modernidad, reforma y revolución se veían a sí mismos como verdaderos “patricios” y “patriotas”.
Esto último, nos lleva a pensar en la apropiación del término “patria” por parte de las comunidades políticas americanas y el papel que tuvieron los inmigrantes e instituciones (sociedades patrióticas y de amigos del país) en este traspaso. Entendiendo el vocablo, según su uso premoderno, como el lugar de donde proceden los padres –de donde derivan precisamente los vocablos pater familias, patriarcas, patricios y patriotas–. Noción importante por cuanto permite entender el papel que jugaron los vascos, y las elites regionales, en la configuración del territorio, y a vísperas de la Independencia, en la fundación de las múltiples repúblicas que se declararon libres y soberanas de la metrópoli española.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
FUENTES PRIMARIAS
Archivo General de la Nación.
Actas de Independencia de Antioquia, Cartagena, Cundinamarca, Valledupar y Quito.
Papel Periódico de Santafé de Bogotá
Semanario del Nuevo Reino de Granada
REVISTAS (FÍSICAS Y ELECTRÓNICAS)
ARROYO, Claudia. Sociabilidades en los inicios de la vida republicana. Nueva Granada 1820-1839. Historia Critica, n. 54, septiembre – diciembre 2014, pp. 145-168.
GARCÍA, Rodrigo. Los extranjeros y su participación en el primer período de la Independencia en la Nueva Granada, 1808-1816. Historia Caribe, no. 16, 2009, pp. 53-74.
MARTÍNEZ, A. La desigual conducta de las provincias neogranadinas en el proceso de la Independencia. Anuario de historia regional y de las fronteras, n 14, v. 1, pp. 37–54.
PRADO, Fernando. Del cabildo a la plaza. Popayán 1809-1810. Revista Historia y Espacio, v. 5: n. 33, 2009, pp. 1-20.
BIBLIOGRAFÍA
ABRISQUETA, Francisco de. Presencia Vasca en Colombia. Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen – zerbitzu Nagusia / Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria – Gasteiz, 1983.
________. Los vascos en la Independencia de Colombia. En: Los vascos en las independencias americanas. Editorial Oveja Negra, 2010.
ÁLVAREZ, Izaskun. Memorias de la Ilustración: Las Sociedades Económicas de Amigos del País en Cuba, 1783-1832. RSBAP / Departamento de Publicaciones, 2000.
ANTEI, Giorgio. Los héroes errantes: historia de Agustín Codazzi, 1793-1822. Planeta, 1993.
ARAGÓN, Arcesio. Fastos payaneses. 1536-1936. Imprenta Nacional, 1940.
ARANGO, Gabriel. Genealogías de Antioquia y Caldas. Editorial Bedout, 1973, t. 2.
ASTIGARRAGA, Jesús. Los ilustrados vascos. Ideas, instituciones y reformas económicas en España. Editorial Crítica, 2003.
ASTIGARRAGA, Luis de. Disertación sobre la Agricultura. Dirigida a los habitantes del Nuevo Reino de Granada. Papel Periódico de Santafé de Bogotá, n. 55, 2 de marzo de 1792.
AZPURÚA, Ramón. Biografías de hombres notables de Hispano-América. Imprenta Nacional. 1877.
CALDERÓN, Reyes. Gritos de independencia. Ediciones Encuentro, S. A., 2004.
CHÁVEZ, Thomas. España y la Independencia de Estados Unidos. Taurus, 2005.
DUQUE, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Albon, 1968.
GALÍNDEZ, Jesús de. El panamericanismo de Bolívar. La Doctrina Monroe y el Congreso de Panamá. En: Constancio CASSÁ (Comp.). Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen de Trujillo en el exterior. Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2010, pp. 231-235.
GARCÍA, Rodrigo. La condición de extranjero en el tránsito de la colonia a la república en la Nueva Granada (1750-1830). Tesis doctoral (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2012).
GÓMEZ, Estanislao. Don Mariano Ospina y su época. Imprenta Departamental, l913.
GUERRA, François-Xavier. Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Ediciones Encuentro, 2009.
________. (comp.). Revoluciones Hispánicas: independencias americanas y liberalismo español. Editorial Complutense, 1995.
JURADO, Fernando. Actores de la Independencia. Datos genealógicos. Banco Central de Ecuador, 2010.
KEREXETA, Jaime de; & ABRISQUETA, Francisco de. Vascos en Colombia. Editorial Oveja Negra, 1985.
MANTILLA, Carlos. Los franciscanos en la independencia de Colombia. Academia Colombiana de Historia, 1995.
MEJÍA, David. Glosas a la desamortización y otras páginas de historia. Universidad de la Sabana, 1998.
PACHECO, Juan. La Ilustración en el Nuevo Reino. Universidad Andrés Bello. 1975.
PELAY, Miguel. Bolívar y los vascos. DEIA, 20 de marzo de 1980.
PIEDRAHITA, Javier. Documentos y estudios para la historia de Medellín. Editorial Colina, 1984.
RESTREPO, José Manuel. “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el nuevo reino de granada”, Semanario del Nuevo Reino de Granada, n. 6, Santafé de Bogotá, 12 de febrero de 1809.
RESTREPO, José María. Gobernadores de Antioquia. (Vol. 112). Imprenta Nacional, 1970.
RICAURTE, John. Vascos, independencia y restauración en la Nueva Granda. Similitudes culturales y bandos diferentes 1810-1830. XV Congreso Colombiano de Historia, Bogotá, Colombia: Asociación Colombiana de Historiadores, 2010.
________. Los vascos en Antioquia durante la administración borbónica (1700-1810). Centro vasco Gure Mendietakoak. 2019.
SALCEDO, Luis. Bolívar: Un continente y un destino: Historiografía de la visión integradora. Universidad Central de Venezuela, 1972.
SILVA, Renán. Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808, Genealogía de una comunidad de interpretación. Banco de la República / EAFIT, 2002.
TORRES, Jesús. El Almirante Padilla. Ediciones El Tiempo, 1983.
UGALDE, Alexander. Los vascos ante las guerras de Independencia de Cuba. En: Los vascos en las independencias americanas. Editorial Oveja Negra, 2010, pp. 179-215.
URIBE, María Teresa; & ÁLVAREZ, Jesús María. Las raíces del poder regional: El caso antioqueño. Universidad de Antioquia, 1998.
USLAR, Arturo. Letras y hombres de Venezuela. Monte Ávila Editores, 1995.
VARGAS, Fermín de. Pensamientos políticos y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Imprenta Nacional, 1944.
VIVAS, Gerardo. La aventura naval de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Fundación Polar, 1998.
[1] Armando MARTÍNEZ. La desigual conducta de las provincias neogranadinas en el proceso de la Independencia. Anuario de historia regional y de las fronteras, n 14, v. 1, pp. 37–54.
[2] Francisco de ABRISQUETA. Los vascos en la Independencia de Colombia. En: Los vascos en las independencias americanas. Editorial Oveja Negra, 2010, p. 155.
[3] Su apellido fue traído desde Bizkaia por su séptimo abuelo paterno Miguel Ochoa de la Rementeria y Bolívar-Jáuregui, por lo que en su familia se pueden encontrar huellas del mestizaje americano. De ello, Salcedo indica que además de indígena tenía: “un tanto de sangre africana, además de la que le llegó primordialmente a través de castellanos, gallegos, vascos, navarros, portugueses, aragoneses, andaluces, italianos, alemanes, extremeños, asturianos, franceses, catalanes, ingleses, húngaros, canarios, etc. Con razón asienta Salvador Madariaga: los sesenta apellidos son como otras tantas raíces por donde llegan hasta Simón Bolívar las savias de tantas familias del nuevo y del viejo mundo para nutrir su ser con memorias y tradiciones mucho más fuertes que su propia conciencia de ellas”. Luis SALCEDO. Bolívar: Un continente y un destino: Historiografía de la visión integradora. Universidad Central de Venezuela, 1972, p. 68.
[4] El concepto de “patria” es clave para entender los procesos de Independencia hispanoamericanos, toda vez que se toma en su sentido etimológico antiguo como el lugar de nacimiento de los padres.
[5] Miguel PELAY. Bolívar y los vascos. DEIA, 20 de marzo de 1980.
[6] Ibid.
[7] Jesús de GALÍNDEZ. El panamericanismo de Bolívar. La Doctrina Monroe y el Congreso de Panamá. En: Constancio CASSÁ (Comp.). Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen de Trujillo en el exterior. Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2010, pp. 231-235.
[8] Entre sus principales obras sobre Bolívar están: A un Joven Vasco (1965), Bolívar y los Vascos (1965), El Bilbao de Bolívar (1966), Bolívar y los Vascos (1969), y Oda a Bolívar (1967).
[9] Los libros sobre los vascos en Colombia donde toca aspectos de Bolívar y la Independencia son: ABRISKETA. Presencia Vasca en Colombia. Eusko Jaurlaritzaren Argitalpen – zerbitzu Nagusia / Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria – Gasteiz, 1983; ABRISQUETA. Los vascos en la Independencia de Colombia. En: Los vascos en las independencias americanas. Editorial Oveja Negra, 2010; y Francisco de ABRISQUETA & Jaime de KEREXETA. Vascos en Colombia. Editorial Oveja Negra, 1985.
[10] Una versión más completa y donde se pueden observar todos estos tópicos y complejidades, especialmente los sentimientos y pérdidas de quienes se pusieron a favor del rey, se encuentra en el libro Los vascos en Antioquia durante el siglo XIX, próximo a publicarse.
[11] En Cuba y Colombia es difícil encontrar del lado republicano regimientos, batallones, unidades o grupos conformados representativamente por vascos. Curiosamente en el bando oficialista sí es posible este hallazgo, pues es ya conocida la tradición militar de este grupo en el ejército y marina española. Por ello, aunque en este trabajo solo se presentarán aquellos que participaron a favor de la República, es necesario entender la complejidad del asunto, ya que los vascos, americanos o peninsulares, se encuentran en dos posiciones enfrentadas: los realistas o conservadores de los derechos de gobernar de Fernando VII y los que formaron juntas autonómicas de gobierno, y que en un giro inesperado optaron por la Independencia.
[12] A partir de estos trabajos, ante la gran polarización y apoyo de los sectores populares al Fernando VII, se instaló la noción de “guerra civil” para indicar como aquellos individuos y familias se desenvolvieron entre uno y otro bando según sus intereses, sistema de lealtades y convicciones políticas. Alexander UGALDE. Los vascos ante las guerras de Independencia de Cuba. En: Los vascos en las independencias americanas. Editorial Oveja Negra, 2010, pp. 179-215.
[13] Se trata de individuos provenientes de las provincias vascas y sus hijos americanos que a título personal y por motivos particulares se vincularon a esta especie de guerra civil. En los hijos de vascos se observa que mientras algunos de ellos tendieron a alinearse con las ideas republicanas, sus padres continuaron con su lealtad al rey, esto porque la familia es donde afloran las tensiones sociales. Además, se debe aclarar que el hecho que existan vascos participando en estos hechos es coyuntural, pues básicamente los individuos y sus familias se desenvolvieron de acuerdo con sus intereses económicos y políticos, su posición en la sociedad, ideas y pensamientos, causas y lealtades.
[14] Esta última, aunque para la época de la Independencia ya se encontraba en descomposición, había dejado una base de familias de elites económicas y políticas favorables al cambio de régimen. Por esta razón se hace necesario su inclusión en este proceso, no por ser artífices y financistas de procesos emancipatorios como si sucedió en la Independencia de Estados Unidos con el apoyo decisivo del banquero y diplomático vizcaíno Diego de Gardoqui, sino por ser trasmisoras de las nuevas corrientes de pensamiento. Reyes CALDERÓN. Gritos de independencia. Ediciones Encuentro, S. A., 2004; y Thomas CHÁVEZ. España y la Independencia de Estados Unidos. Taurus, 2005.
[15] Podían obtener la carta de residencia y naturalización aquellos extranjeros que tenían algún vínculo con España: casados con súbditos del rey, residentes antiguos, por ejercer un oficio útil al estado, entre otros. Archivo General de la Nación. República, Archivo Anexo, Historia, t. 3, d. 76, f. 570– 572r.
[16] Desde el reinado de Carlos III se absorbieron las ideas ilustradas de una forma particular, no de manera radical como sus vecinas europeas continental (Francia) e insular (Inglaterra). Se ubicó dentro de las llamadas ilustraciones católicas que se dieron en países como Italia, Austria, algunos estados alemanes y otros países del Este. Condicionada por los vínculos de fidelidad a la monarquía, filtrada en lo político y religioso, y orientada principalmente hacia la economía. Izaskun ÁLVAREZ. Memorias de la Ilustración: Las Sociedades Económicas de Amigos del País en Cuba, 1783-1832. RSBAP / Departamento de Publicaciones, 2000, p. 24.
[17] En los territorios vascofranceses ya se sentía una fuerte presencia de intelectuales como Jean Baptista Barthélemy, Etienne de Polverel y los hermanos Garat, entre otros. En las provincias vascongadas se encontraban Munive, el conde de Alacha, el marqués de Narros y el marqués de Montehermoso, entre otros. En Navarra: José María Magallón; el marqués de San Adrián y Francisco Javier de Argaiz. Y otros personajes como Miguel Olaso, Ignacio de Altuna, Fermín de Guilisasti. Jesús ASTIGARRAGA. Los ilustrados vascos. Ideas, instituciones y reformas económicas en España. Editorial Crítica, 2003.
[18] Francisco de ABRISQUETA. Los vascos en la Independencia… Op. Cit., pp. 149 y ss.
[19] John RICAURTE. Los vascos en Antioquia durante la administración borbónica (1700-1810). Centro vasco Gure Mendietakoak. 2019, pp. 13 y ss.
[20] Algunas de sus naves estaban artilladas y adaptadas para vigilar las costas de Tierra Firme, el río Orinoco en la actual frontera colombo-venezolana y la provincia de Riohacha, Nueva Granada. Gerardo VIVAS. La aventura naval de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Fundación Polar, 1998, p. 303.
[21] Entre los principales fundadores estaba Xavier María de Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida, cuya familia tenía acciones en la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Arturo USLAR. Letras y hombres de Venezuela. Monte Ávila Editores, 1995, p. 36.
[22] Este tipo de instituciones terminaron extendiéndose al otro lado del Atlántico, no solo por la relación epistolar entre ambos continentes, sino por la prensa que circulaba en forma de periódicos y gacetas, y en especial, por los flujos migratorios de europeos peninsulares a América y de americanos criollos a Europa.
[23] Los principales fundadores de esta sociedad eran ilustrados vascos como Eguía, Altuna, Munibe, Foronda, Villahermosa, Olavide, Azara, Meléndez Valdés y Samaniego.
[24] Juan PACHECO. La Ilustración en el Nuevo Reino. Universidad Andrés Bello. 1975, p. 72.
[25] Renán SILVA. Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808, Genealogía de una comunidad de interpretación. Banco de la República / EAFIT, 2002, p. 287.
[26] Fernando PRADO. Del cabildo a la plaza. Popayán 1809-1810. Revista Historia y Espacio, v. 5: n. 33, 2009, p. 9.
[27] Fermín de VARGAS. Pensamientos políticos y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Imprenta Nacional, 1944, p. 16.
[28] Renán SILVA. Los ilustrados de Nueva… Op. Cit., p. 287.
[29] Juan PACHECO. Op. Cit. p. 72.
[30]Javier PIEDRAHITA. Documentos y estudios para la historia de Medellín. Editorial Colina. 1984, p. 395.
[31] Afirmación de su bisnieto Estanislao, muy seguramente basado en su biblioteca personal y la educación que tuvieron sus hijas: intelectuales, filántropas y destacadas damas de la sociedad antioqueña. Estanislao GÓMEZ. Don Mariano Ospina y su época. Imprenta Departamental, l913, p. 563.
[32] John RICAURTE. Vascos, independencia y restauración en la Nueva Granda. Similitudes culturales y bandos diferentes 1810-1830. XV Congreso Colombiano de Historia, Bogotá, Colombia: Asociación Colombiana de Historiadores, 2010.
[33] Juan PACHECO. Op. Cit. p. 73.
[34] Ibid. p. 73.
[35] Luis de ASTIGARRAGA. Disertación sobre la Agricultura. Dirigida a los habitantes del Nuevo Reino de Granada. Papel Periódico de Santafé de Bogotá, n. 55, 2 de marzo de 1792.
[36] Urdaneta nació en 1791 en Montevideo y provenía de una familia de vascos regada por varios puntos de América: su padre Francisco de Urdaneta Tronconis se había establecido en Uruguay; su tío Martín se desempeñaba como contador en Bogotá; y su otro tío Miguel Jerónimo se instaló en Venezuela.
[37] José María RESTREPO. Gobernadores de Antioquia. (Vol. 112). Imprenta Nacional, 1970, p. 128.
[38] Además de los Uribe conformaban esta sociedad los señores Juan Carrasquilla, Juan Santamaría, Manuel Tirado, y los religiosos Franco Benítez y Manuel Obeso. De ellos, Santamaría era cuñado del vizcaíno José María Zuláibar. Francisco DUQUE. Historia del Departamento de Antioquia. Albon, 1968, p. 583.
[39] Uno de sus socios era el político y maestro de latín Pedro de Ibarra, descendiente de vascos por su apellido, pero catalogado como mestizo o mulato pues su padre había sido capitán de la milicia de pardos. AGN, Empleados Públicos de Antioquia (en adelante EPA), t. 12, f. 667.
[40] Claudia ARROYO. Sociabilidades en los inicios de la vida republicana. Nueva Granada 1820-1839. Historia Critica, n. 54, septiembre – diciembre 2014, p. 154.
[41] El virreinato de Nueva Granada se estableció apenas en 1739 y bajo esta nueva adscripción territorial se aglutinaron una serie de ciudades y provincias (históricas) que hacían parte del virreinato del Perú.
[42] François-Xavier GUERRA. Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Ediciones Encuentro, 2009, pp. 88-89 y 93-94.
[43] Se afirma que en la provincia de Cartagena la villa de Mompox había creado su acta de Independencia absoluta de Espala el 6 de agosto de 1810, por lo tanto, esta sería la primera de este tipo en el Caribe.
[44] François-Xavier GUERRA. (comp.). Revoluciones Hispánicas: independencias americanas y liberalismo español. Editorial Complutense, 1995.
[45] El intelectual antioqueño José Manuel Restrepo afirmó que el virreinato de la Nueva Granada, sumando los territorios de la Audiencia de Quito y la Capitanía de Venezuela, estaba compuesto de varios países o patrias que coexistían en tan vasto territorio. José Manuel RESTREPO, “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el nuevo reino de granada”, Semanario del Nuevo Reino de Granada, n. 6, Santafé de Bogotá, 12 de febrero de 1809, p. 27.
[46] Uribe y Álvarez indican que una de las maniobras para concentrar el poder político y económico de las elites fue el matrimonio católico estratégico, que consistía en vincular la hijas de un comerciante o hacendado criollo con un inmigrante español que no tenía restricciones para ocupar puestos públicos. María Teresa URIBE y Jesús María ÁLVAREZ. Las raíces del poder regional: El caso antioqueño. Universidad de Antioquia, 1998, pp. 178 y ss.
[47] Acta de Independencia de Valledupar del 4 de febrero de 1813.
[48] Fernando JURADO. Actores de la Independencia. Datos genealógicos. Banco Central de Ecuador, 2010.
[49] Arcesio ARAGÓN. Fastos payaneses. 1536-1936. Imprenta Nacional, 1940, p. 179.
[50] Hija del navarro Juan Pablo Pérez de Rublas y Arbizu, y de la antioqueña Rita Martínez y Ferreiro, que a su vez era hija del gallego Bernardo Martínez. Por su parte Del Corral era hijo de otro comerciante gallego, Ramón del Corral, y de la momposina María Jerónima Alonso. Su familia tenía intereses mercantiles con Antioquia, de ahí su decisión de abandonar Mompox y radicarse en la ciudad de Santafé de Antioquia.
[51] Primitivo solar vizcaíno del cual Pedro López de Ayala dice que su solar estaba abajo de San Pedro de Garragoechea (Bizkaia), en el lugar llamado Bar-Kugi (peña grande). Arango indica que Rafael nació en Bogotá y residió en Medellín entre 1740 a 1745. Donde fue alcalde y “contrajo matrimonio con doña María Ignacia Mauris, hija de don Manuel Mauris y de doña Liberata de Posada (216). Fueron sus padres don José Salvador Ricaurte y doña Francisca Terreros Villarreal. de don José Salvador Ricaurte fueron: sus padres don José Ricaurte y Verdugo, natural de Salamanca y doña Ana de León Castellanos; abuelos paternos don Pedro Ricaurte y doña Isabel Pulido y Verdugo; maternos, don Miguel de León y doña Antonia Díaz de Santiago. Doña Francisca Terreros y Villareal, fue hija de don Agustín Terreros Villareal, natural de Bilbao, que vivió en Remedios por los años de 1650 a 1655, y de doña Mariana Villarreal Arizeta”. Cf. Gabriel ARANGO MEJÍA. Genealogías de Antioquia y Caldas. 1973, t. 2, p. 291.
[52] Esto confirma que su red familiar y parental estaba comprometida con la causa republicana y la Independencia, tanto en Antioquia como en Bogotá, capital del virreinato. Sub-elite que se configuró a través del matrimonio entre José Salvador Ricaurte y Francisca Terreros, ambos apellidos conectados con linajes bilbaínos. Entre sus hijos estaban Rafael padre de Genoveva Ricaurte Mauris, heroína de la Independencia y esposa del militar José Martín París Álvarez (padres del militar José Ignacio París Ricaurte, 1780-1848). Una de sus nietas, Dolores Vargas París (1800-1878) fue esposa de Rafael Urdaneta.
[53] Francisco de ABRISQUETA. Los vascos en la Independencia… Op. Cit., pp. 161-164
[54] Mariano nació en Envigado en una familia tradicional antioqueña tal como lo relata en una carta su padre “me casé el 19 de enero de 1803 el día 23 de marzo de 1804 nació mi hijo Mariano, lo bautizó el doctor Cristóbal de…”. Citado en: David MEJÍA VELILLA. Glosas a la desamortización y otras páginas de historia. Universidad de la Sabana, 1998, p. 96.
[55] Lo mismo se puede observar en otros militares como los capitanes Miguel Álzate, Ignacio Echeverri, Manuel Herrera, Baltasar Salazar; los comandantes Diego Gómez de Salazar, Rafael Isaza, Mateo Uribe, Lucas Zuleta y Mariano Zuleta; los coroneles Manuel Montoya; el general Braulio Henao; el mayor Ignacio Castañeda y Atehortúa; los coroneles Carlos Gaviria y Antonio Londoño; los oficiales Antonio Gómez Arbeláez; los tenientes Liborio Arango, el subteniente Joaquín Viana; los sargentos Bernardo Bolívar; Blas Uribe y otro de apellido Saldarriaga.
[56] Uno de sus parientes, el presbítero Manuel Rentería, fue decidido realista, precisamente aludiendo a su lealtad y vínculos sanguíneos con el Señorío de Bizkaia. Carlos MANTILLA RUIZ. Los franciscanos en la independencia de Colombia. Academia Colombiana de Historia, 1995, p. 21.
[57] Ramón AZPURÚA. Biografías de hombres notables de Hispano-América. Imprenta Nacional, 1877, p. 334.
[58] Nepomuceno nació en Andalucía en el momento en que su padre se encontraba avecindado en aquel lugar, para posteriormente pasar a América a cumplir sus funciones en la administración.
[59] Jesús TORRES ALMEYDA. El Almirante Padilla. Ediciones El Tiempo, 1983, p. 27.
[60] Giorgio ANTEI. Los héroes errantes: historia de Agustín Codazzi, 1793-1822. Planeta, 1993, p. 153.
[61] El mismo General Carlos de Soublette, aunque habían nacido en Venezuela, era de origen vascofrancés, pues sus dos abuelos Martín Soublette y Miguel Aristiguieta habían nacido en Bayona y Pasajes, respectivamente.
[62] Apellido común en Bayona quien vino contratado junto a los oficiales Serviez y Dufor para la instrucción de las tropas republicanas de Antioquia. Lamothe vino como parte de la escuela de música y posteriormente como instructor de la banda de guerra. Rodrigo GARCÍA Estrada. Los extranjeros y su participación en el primer período de la Independencia en la Nueva Granada, 1808-1816. Historia Caribe, no. 16, 2009, p. 69.
[63] Rodrigo GARCÍA ESTRADA. La condición de extranjero en el tránsito de la colonia a la república en la Nueva Granada (1750-1830). Tesis doctoral (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2012), p. 302.
[64] Giorgio ANTEI, Los héroes errantes… pp. 158-161.
[65] Entre los problemas más comunes se encontraban de tener un ejército no nacional y variado en temperamentos, idiomas, razas y naciones ocasionaron inconvenientes en el ejército republicano.
[66] Giorgio ANTEI. Los héroes errantes… Op. Cit., p. 379.
[67] Ibid.
[68] Ibid.
[69] John Alejandro RICAURTE. Vascos, independencia y restauración en la Nueva Granda. Similitudes culturales y bandos diferentes 1810-1830. XV Congreso Colombiano de Historia, Bogotá, Colombia: Asociación Colombiana de Historiadores, 2010.
Imagen de cabecera: Batalla de Boyacá. Óleo de Martín Tovar y Tovar, París, 1880. Exhibido en el Palacio Federal de Caracas
La serie bicentenario de las independencias americanas, en un proyecto de La Asociación Euskadi Munduan, Limako Arantzazu Euzko Etxea, la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima, y el Fondo Editorial de la Revista Oiga.
Last Updated on Ene 27, 2022 by About Basque Country