Jaungoikuaren aurean apalik Euzko-lur ganian zutunik Asabearen gomutaz Gernikaāko zuaitz pian Nere aginduba ondo betetzia Zin dagit
Ante Dios humildemente; de pie sobre la tierra vasca; con el recuerdo de los antepasados; bajo el Ɣrbol de Gernika, juro cumplir fielmente mi mandato
Juramento del lehendakari Aguirre en Gernika (7/10/1936)
Hay momentos que marcan hitos en el devenir de las naciones, momentos en los que su futuro se juega Ā«a una sola cartaĀ». Para la naciĆ³n vasca uno de esos momentos claves se produjo a las seis y veinte de la tarde del 7 de octubre de 1936. Hoy hace 85 aƱos.
Gudaris en el frente de Elgeta, 1936 (Foto: Sabino Arana Fundazioa)
Mientras, en los Intxortas, la juventud vasca se enfrentaba en una cruel batalla. En un bando y otro, jĆ³venes de nuestro paĆs luchaban. Unos por la democracia, y otros por acabar con ella, aunque puede que entonces ni lo supieran.
El sacrificio de los jĆ³venes vascos que luchaban por Euzkadi parando en seco a los rebeldes franquistas, permitiĆ³ que aquel gobierno durante un aƱo pudiera gobernar, y que desde el exilio mantuviera la llama de la libertad y de la legalidad vasca.
No. No fue una derrota. Fue una batalla perdida. Una batalla que no se podĆa ganar, dada la diferencia de fuerzas y de apoyos entre ambos contendientes.
Fue una victoria que se iniciĆ³ cuando desde el primer momento, aĆŗn en plena guerra, ese gobierno de concentraciĆ³n donde estaban todos los partidos que se resistĆan a los rebeldes, puso en marcha una ingente labor social y de atenciĆ³n a los mĆ”s desprotegidos.
En la declaraciĆ³n que recogĆa las bases del programa de aquel gobierno que nacĆa en la peor de las situaciones, aparecĆan profundamente marcados los principios de la Doctrina Social de la Iglesia que, con enorme Ćmpetu, ponĆa en prĆ”ctica aquella generaciĆ³n de nacionalistas vascos con su Lehendakari a la cabeza:
Aquel gobierno, en plena guerra, pone en marcha la Universidad Vasca; crea redes de atenciĆ³n social; pone en marcha hospitales; funda centros de acogida, primero para los desplazados por la guerra, y luego para los exiliados; crea la Ertzaina; recupera el orden pĆŗblico; e intenta en todo momento que la justicia y el imperio de la ley rija en el territorio bajo su control.
Para algunos ese fue uno de sus errores, pensar en las personas y en su pueblo demasiado, y no centrarse en exclusiva en ganar la guerra.
En realidad fue lo contrario. Con ello se rompiĆ³ el discurso simple y vacĆo de los rebeldes y sus aliados que pintaba ante el mundo que aquel era un enfrentamiento de Ā«buenos y malosĀ».Con ayuda de las crĆ³nicas de algunos periodistas que Ā«contaban lo que veĆanĀ» , George L. Steer, o Noel Monks, el mundo pudo saber la Ā«verdadĀ» de aquellos rebeldes. Y aquel Lehendakari se convirtiĆ³ en un referente internacionalpara los demĆ³cratas que rechazaban todos los totalitarismos.
De los movimientos polĆticos que agruparon a los vascos insurrectos, no queda nada. Al contrario que ocurre con el pensamiento y del sentimiento nacional que guiaban al Lehendakari, y a los miles y miles de jĆ³venes vascos que aquel 7 de octubre luchaban del lado de Euzkadi y de la Libertad en aquel frente de los Intxortas a 20 km de Gernika. Sus principios, sus sentimientos y sus convicciones prosperan, como el Ć”rbol bajo el que jurĆ³ el Lehendakari, fuertes y bien enraizados en nuestra sociedad, la vasca.
En este aniversario le hemos pedido que nos escriba sobre el Lehendakari a Arantzazu Amezaga Iribarren. Ella naciĆ³ en el exilio de una familia que tuvo que abandonar su patria, Euzkadi, por defenderla de los insurrectos, y conoce bien la personalidad y la historia del Lehendakari. La historia de su largo exilio representando a un pueblo que no se rindiĆ³ ni cuando la noche parecĆa mĆ”s negra.
ConocĆ al Lehendakari Agirre en Montevideo, siendo una niƱa; en Caracas, ya adolescente,Ā enĀ esas visitas continuas que nuestros dirigentes, instalado el Gobierno Vasco en ParĆs, realizaban a las Eusko Etxeak, en ese exilio que durarĆa cuarenta aƱos. Trataban de otorgar optimismo a los expatriados yĀ recaudar fondos para el mantenimiento de un Gobierno que pese a su precariedad, dedicaba ayuda a los numerosos presos y sus familias en la Euskadi interior. Para semejante tarea de llamada y organizaciĆ³n, Agirre fue el hombre perfecto, entregado en cuerpo y alma a la causa de Euskadi. Se conocĆa eso al observarlo en sus vivaces gestos, su apasionada y franca mirada, su su voz sonora y empĆ”tica.
Sobre todo, se trataba de poner mano curativa sobre la errimiƱa vasca. Ese anhelo por absorber el viento del norte que refresca nuestros paĆs, pedazo de tierra atlĆ”ntica y pirenaica, bella y Ćŗnica para cada quien en su corazĆ³n, aunque fueran deambulando por tierras hermosas como Argentina, Colombia, Estados Unidos, Mexico, PerĆŗ, Venezuela, Uruguay… La frase de Agirre para calmar la herida sangrante era que en el prĆ³ximo Gabon estarĆan en Euskadi.
Ā Siempre tenĆa tiempo para charlar con aita, Bingen Ametzaga. La primera vez los escuche desde mi refugio en la Biblioteca del Euskalerria de Montevideo, a la que acudĆa como al paraĆso tras observar a los pelotaris del trinquete, en el Ćŗltimo piso, y leer libros de la Editorial Ekin de Buenos Aires, apilados y que me servĆan de trinchera. Los dos hombres hablaban distendidos sin advertir mi presencia y disertaban sobre Algorta donde Agirre viviĆ³ pese a su nacimiento en Bilbao.
Recordaban la euforia del Batzoki, las charlas, los cantos y las danzas, y de los dĆas en que instaurada la 2ĀŖ RepĆŗblica espaƱola, 1931, comenzaron la labor imparable de crear la 1ĀŖ repĆŗblica vasca que proclamaron, Agirre como alcalde y Ametzaga como concejal, en el Ayuntamiento de Getxo; del dĆa de gracia en que Agirre, junto a Fortunato Agirre, alcalde de Lizarra, se unieron en ese pueblo mĆtico de Nabarra, con Manuel Irujo, para crear un Estatuto de AutonomĆa con los cuatro territorios vascos creyendo tocar el cielo con las manos… aunque se les estrellĆ³ sobre las cabezas un aƱo mas tarde con la amaƱada separaciĆ³n de Nabarra. Los aƱos que lucharon en las Cortes de Madrid por lograr un Estatuto, mutilado pero posible, hasta la terrible impronta del golpe militar al que sucediĆ³ la guerra civil.