Elisa Luque Alcaide. Profesora Agregada de Historia de la Iglesia, del Departamento de Teología Histórica, de la Universidad de Navarra (España).
Doctora en Historia de América, por la Universidad de Sevilla.
Ha trabajado la historia de la educación y la historia de la evangelización americana.
Sus áreas de investigación actuales son los instrumentos de pastoral americanos (siglos XVI-XVIII); y las cofradías de fieles.
El pasado 18 de diciembre se conmemoraban 1681 los 380 años de la firma del acta notarial que da carta de existencia a la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de México, que luego se transformaría en cofradía.
Nuestros lectores habituales saben bien del interés que tenemos en este blog por este modelo de organización. Las hermandades y cofradías se crearon por los «miembros de la nación vascongada» (es decir alaveses, bizkainos, gipuzkoanos y navarros) que habitaban en la América colonial (y Filipinas) con un claro objetivo: atender y socorrer, en lo espiritual y lo material, a los compatriotas que vivían o llegaban a su área de actuación e influencia.
Como comentábamos en el artículo sobre esta conmemoración, tenemos la intención de publicar una serie dedicada a esta cofradía de los vascos de México y a las que los vascos fueron fundando a lo largo de toda América. Para ello nos va a servir como, eje de trabajo, el libro que dirigió el Dr. Óscar Álvarez Gila con motivo de la celebración del 400 Aniversario de la fundación de la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu de Lima (*), y de cuyos actos académicos fue organizador.
La Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu nos ha dado autorización para utilizar los artículos que conforman ese libro y que han sido escritos por algunos de los mejores especialistas en la materia. Una publicación que nos permite tener una amplia y completa visión de lo que significaron, de la enorme importancia, de estas agrupaciones de nacionales vascos que se se fueron creando en el nuevo Continente desde los inicios del siglo XVII.
Dado que la idea de esta esa serie de artículos nacen con motivo de la conmemoración de la fundación de la Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu de México, nos ha parecido apropiado iniciar esta serie con el artículo que, Elisa Luque Alcaide, una de las mayores expertas en este campo escribió para dar una visión comparada de esta cofradía mexicana y de la Hermandad de nuestra Señora de Aránzazu de Lima.
Esta historiadora, investigadora y profesora de la Universidad de Navarra, ha sido citada en este blog varias ocasiones. Todas ellas con motivo de sus trabajos sobre estas entidades de vascos en América.
En uno de estos artículos dedicado a la Hermandad de nuestra Señora de Aránzazu de Lima, recogemos los videos de la conferencia que ofreció en el acto académico de conmemoración de su 400 aniversario (que recogemos al final de este artículo). Este encuentro, organizado por Limako Arantzazu Eusko Etxea – Lima Basque Center en el Instituto Riva-Agüero (IRA),consistió en una serie de conferencias que corrieron a cargo de José La Puente Brunke, Óscar Álvarez Gila, Elena Sánchez de Madariaga, Elisa Luque Alcaide y Diego Lévano Medina. También en este caso debemos agradecer la Hermandad limeña el permiso para compartirlo con nuestros lectores.
(*) Un acto en cuya organización Limako Arantzazu Eusko Etxea – Lima Basque Center contó con importantes colaboradores:
Euzko Etxea de Santiago de Chile. Centro Vasco Haize Hegoa de Montevideo – Uruguay. Arzobispado de Santa Fe de Argentina, Congregación Pasionista de España. Congregación Carmelita de España. Universidad del País Vasco – España. Universidad de Navarra – España. Universidad de Deusto – España. Universidad Juan Carlos de Madrid – España. Universidad Autónoma de Madrid – España. State University of New York – Estados Unidos de América. Universitiy of Postdam de Polonia. Universidad de San Martin de Porres de Lima – Perú. Universidad Autónoma de Buenos Aires de Argentina. Pontificia Universidad Católica del Perú. Pontificia Universidad Católica de Chile. Universidad Veracruzana de México. Universidad Nacional Mayor de San Francisco Xavier de Chuquisaca de Bolivia. Y el Fondo “Editorial Periodística Oiga” de la Revista Oiga de Lima.
Las cofradías de Arantzazu en las capitales virreinales: Lima y México, una visión comparada
Elisa LUQUE ALCAIDE
Universidad de Navarra
Introducción
Estudiar las empresas emprendidas por los vascos, tanto en el ámbito geográfico peninsular hispano, como en las zonas de ultramar, pone de manifiesto un fuerte espíritu asociativo, unido al talante emprendedor, laborioso y tenaz que les caracteriza. En las provincias originarias, con pocos centros urbanos, la población habitaba dispersa en los “caseríos”, en donde transcurría la vida familiar y laboral. Se imponía crear modos que facilitasen la necesaria relación social, para toda actividad. Además de las reuniones dominicales en a “anteiglesia” en las que se decidían los asuntos de interés común –transacciones comerciales, dar poderes y otorgar escrituras-, se fomentaron cofradías de fieles que agrupaba a los vecinos para dar culto a la devoción tradicional de la zona y en donde se gestaron fórmulas de atención a las necesidades del conjunto de los cofrades.
Arraigó con fuerza la tradición asociacionista vasca. En pleno siglo XIII la cofradía vasca de Arriaga, que rendía culto a Nuestra Señora de Estívaliz, logró de Alfonso X el Sabio, la delegación da la justicia real. Esta medida se justifica por el alejamiento de la corte y el difícil acceso a la zona.
Esa tradición acompañó a los vascos e las tierras en las que se fueron asentando. Lo hicieron en la península hispana[1]. En Sevilla los guipuzcoanos y vizcaínos, que formaban un grupo de fuerte peso en el comercio de la ciudad, fundaron en 1546 la cofradía de Nuestra Señora de la Piedad. En Cádiz, hacia 1626, la colonia en el convento de San Agustín. Ya en el siglo XVIII los vascos residentes en la corte erigieron la Congregación o cofradía de San Ignacio que tuvo, entre sus fines constitucionales, la finalidad de servir de enlace con la corona a los vascos que se encontraban en tierras de Ultramar. En efecto, el capítulo X de sus constituciones establecía que se nombrarían a algunos paisanos residentes en las llamadas Indias para recibir los memoriales que se deseasen enviar a la Congregación y se institucionalizó la figura del agente de Indias, para la gestión de los vascos de las tierras de Ultramar.
Lo hicieron al emigrar a tierras lejanas para defender sus derechos y vivir sus tradiciones culturales y religiosas. La llegada a un lugar desconocido, la necesidad de abrirse camino en una sociedad diversa de la que habían dejado, el deseo de una atención espiritual arraigada en las devociones del país de origen, eran incentivos para agruparse en torno a tareas comunes.
En diversos lugares de América y en Filipinas surgieron cofradías vascas de la Virgen de Aránzazu que agruparon a los procedentes de los tres territorios vascos y del Reino de Navarra. La advocación que eligieron ponía de manifiesto su conciencia de comunidad. En efecto, la Virgen de Aránzazu tiene su santuario original en una estribación de los Pirineos localizada en la confluencia de los territorios de Guipúzcoa, Álava y Navarra. Además, el origen de esta devoción se remonta al restablecimiento de la concordia entre los vecinos de Oñate y los de Mondragón, separados por rencillas mutuas.
La cofradía de Aránzazu en la ciudad de México, desde sus inicios en 1681 hasta finalizar entrado el siglo XIX, fue una asociación fundada por el grupo vasco-mexicano del virreinato para dar culto a la Virgen de Aránzazu y asistir al inmigrante vasco. Con el paso del tiempo amplió su radio de acción: incorporó manifestaciones de la religiosidad criolla y atendió las necesidades de la sociedad mexicana. Mantuvo sus relaciones con las tierras de origen y promovió los intereses personales y culturales de sus paisanos. Fue pilotada con eficacia por la élite del grupo. El estilo de gobierno de la cofradía, la gestión económica de sus empresas y las relaciones personales en y desde la cofradía, las dimensiones de su religiosidad, descubren los rasgos característicos de la mentalidad del grupo: hombres de empresa, con capacidad de gestión. Son rasgos que recogí en la investigación y el estudio de sus fuentes que llevé a cabo, gracias a la financiación de la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco[2].
La historiografía francesa había puesto de relieve que el estudio de las cofradías podría ser un camino para acercar la vida cristiana de los miembros de una sociedad determinada, y para detectar características destacadas de una determinada sociedad. Gabriel Le Bras, iniciador en Francia de la sociología religiosa, impulsó el estudio de las cofradías como cauce para el conocimiento de las sociedades religiosas[3]; siguiendo ese camino Marie-Hélène Froesschlé-Chopard[4], reconstruyó el mapa y los rasgos de las cofradías devocionales en la Provenza. Desde la historia social, Maurice Agulhon[5] y Michel Vovelle[6], abordaron las cofradías de Provenza, para detectar la sociabilidad de sus comunidades. El estudio de la cofradía vasco-mexicana se acerca a una y otra perspectiva.
Estudio comparativo de las Cofradías de Aránzazu de Lima y de México
En un estudio posterior – que ahora presento revisado- me propuse contrastar los datos de la cofradía de Aránzazu mexicana con los de la Cofradía de Aránzazu limense[7]. Eran las dos cofradías vascas de las capitales virreinales y, a la vista de la madurez asociativa encontrada en el grupo vasco-mexicano, era de esperar que los vascos que dieron vida a la cofradía en la entonces Ciudad de los Reyes, cabeza de la América sureña, desarrollaran también una labor con fuerte irradiación socio-cultural. El estudio de Guillermo Lohmann Villena[8] me confirmó esta hipótesis.
Para establecer el estudio comparativo entre ambas cofradías me propuse indagar la madurez asociativa y la incidencia social de una y otra aplicando tres dimensiones que había encontrado en la cofradía mexicana y que me habían descubierto la destacada capacidad de iniciativa y de trabajo, así como la fuerte proyección social del grupo vasco-mexicano:
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- Iniciativa exclusiva del grupo al realizar la erección de la cofradía;
- Autonomía de gobierno de la cofradía y de las labores que emprendió;
- Capacidad de llevar a cabo los objetivos fundacionales y de emprender nuevas metas.
Ante todo, la decisión autónoma del grupo vasco de fundar la cofradía de Aránzazu de México. Es decir, no hubo ningún movimiento previo por parte de las instancias eclesiásticas para llegar a la fundación. En segundo lugar, el gobierno, de la cofradía y de las labores que emprendió, estuvo en manos de la junta de gobierno formada tan sólo por cofrades, esto es, sin la intervención del prelado mexicano o de los religiosos minoritas del convento de San Francisco, en el que tenía su sede la cofradía; a la vez, la junta de Aránzazu decidió todos los asuntos de la cofradía por mayoría de votos de sus miembros y, en casos más especiales -por ej. ante la erección del que se conoce aún como Colegio de las Vizcaínas de la capital mexicana, que fue una gran empresa a favor de la educación de la mujer mexicana- por mayoría de todos los cofrades convocados para el evento. En tercer lugar, la cofradía mexicana de Aránzazu consolidó sus objetivos fundacionales y se proyectó a nuevas metas.
Al indagar los datos precisos para llegar a contrastar ambas asociaciones hube de partir de una desemejanza respecto a las fuentes documentales. La cofradía mexicana ha conservado un importante acervo documental de fuentes primarias y también secundarias -libros de la cofradía, actas, relaciones, cartas, etc.- en el Archivo histórico del Colegio de las Vizcaínas, hoy Archivo José María Basagoiti, del que nunca han salido. La documentación limense fue requisada junto con los bienes de la cofradía en 1865, cuando el gobierno del Coronel Prado decretó su nacionalización; y fue trasladada a la administración de la Beneficencia pública de Lima, a la que pude acceder pero en donde carecía de soporte archivístico adecuado para poder hacer una completa selección de fuentes.
En efecto, la documentación limense, estaba guardada en una estancia cerrada al público y sólo accesible mediante autorización expresa de la autoridad correspondiente[9]. Los libros de la hermandad de Aránzazu que allí se encontraban -actas de las juntas, libros de cuentas, libros de obras pías, elecciones de los cargos directivos- son importantes y con ellos era posible reconstruir la historia de la asociación, pero no pude encontrar la documentación secundaria –cartas personales, informes, etc.- como había podido estudiar en el caso de la cofradía mexicana[10].
A continuación se presentan los datos encontrados en una y otra cofradía acerca de las tres dimensiones estudiadas.
Iniciativa fundacional de la cofradía de Aránzazu en el Perú (1612) y en México (1681)
En el caso mexicano sabíamos que una alta representación de la comunidad vasco-navarra de la ciudad tomó parte en la puesta en marcha de la iniciativa. La erección de la asociación, como hermandad tuvo lugar el 23 de noviembre de 1681. Ese día por iniciativa de algunos vascongados, se reunieron los restantes vecinos del Señorío de Vizcaya, de las encartaciones, del Reino de Navarra, y de las Provincias de Guipúzcoa y Álava, en el convento grande de San Francisco de México. El objetivo, según consta en las actas de la sesión, fue establecer una hermandad para fomentar la devoción a la Virgen de Aránzazu. La asociación se comprometía a construir una capilla en la que fuese venerada la imagen titular y también una cripta donde fuesen enterrados los socios de la hermandad y sus familiares
Asistieron a la sesión sesenta y un miembros del grupo vasco-navarro, que firmaron[11] el documento de la cesión de una capilla de la iglesia conventual para sede provisional de la cofradía[12], dotada de una cripta; el Guardián del convento, fray José de Velarde Orozco, firmó el documento en representación de los religiosos. En la misma reunión fueron elegidos los miembros de la mesa de gobierno por votación de todos los presentes. El primer rector fue el alavés capitán Domingo de Larrea, “mercader de plata”. Decidieron ya entonces construir en cuanto pudieran una nueva capilla más capaz e independiente, situada en el atrio del convento; esta capilla nueva sería inaugurada siete años después, el 21 de noviembre de 1688.
Firmaron también los cofrades asistentes las capitulaciones de la hermandad recién erigida con los frailes del convento de San Francisco y decidieron que se redactasen las primeras constituciones de la hermandad. Estas constituciones, elaboradas en 1682, constaban de quince puntos y configuraron la vida de la asociación hasta 1696, fecha en que siendo rector D. Alonso Dávalos de Bracamonte, conde de Miravalle, determinó la junta de gobierno formar unas nuevas constituciones y solicitar del arzobispo la erección de la asociación como cofradía.
Encontramos, pues, en México a un grupo de vascos que promueve, entre los vascos y los navarros de la ciudad, la erección de una asociación que les aúne; en 1681, forman una hermandad[13], quince años después, en 1696, establecerían una cofradía. A la iniciativa mexicana presta su voto un grupo considerable de la comunidad vasco-navarra, en concreto sesenta y un miembros; en cambio, la importante decisión de pasar la hermandad a cofradía la adopta sólo la junta de gobierno, autorizada para ello en las primeras constituciones de la hermandad.
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En Lima, la Ciudad de los Reyes, la iniciativa de los vascos de asociarse en hermandad fue muy anterior al caso mexicano. El 13 de febrero de 1612, una representación de los alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos residentes en la ciudad acudió ante notario para gestionar la compra de una capilla y una cripta para enterramiento en la iglesia de San Francisco de la ciudad con el fin de albergar una hermandad que se proponían iniciar[14]. A diferencia de lo expresado en el caso de México, en Lima no se nos ha transmitido de quiénes partió la idea.
Los “caballeros hijosdalgo de la nación vascongada” de la Ciudad de los Reyes constituían el núcleo más fuerte de los comerciantes de la ciudad.
Suscribieron un poder a Diego de Olarte, a Juan de Urrutia -bienhechor de la empresa- y a cuatro paisanos más, para que, en representación de la comunidad vasca, adquiriesen en la iglesia de San Francisco, una capilla -la de la Encarnación de la Virgen y la Anunciación del Señor- que sería la sede de la hermandad que querían fundar. Junto con la capilla adquirieron la cripta correspondiente para enterramiento de los futuros socios. Se comprometieron a reunir, entre todos, la suma de 10.000 pesos para reconstruir la capilla y la cripta. El 18 de marzo se formalizó el contrato de adquisición y la capilla pasó a poder de los vasco-limenses.
Una vez obtenida la sede de la cofradía tenían que proceder a regularizar la asociación. El 27 de diciembre se reunió de nuevo la comunidad vasca de la ciudad para elegir a los que compondrían la mesa o junta de gobierno de la hermandad. La elección se hizo por votación de todos los asistentes. En la misma sesión decidieron que fuesen redactadas las constituciones de la asociación.
El 27 de octubre de 1619 tuvo lugar una nueva reunión de la comunidad vasca de Lima en el aula de teología del convento de San Francisco. La presidió el general Don Ordoño de Aguirre y asistieron un total de cincuenta y un hermanos de la cofradía, “todos vascongados”; entre ellos se encontraban los capitanes Juan de la Plaza, Francisco y Martín de Zamudio, Sebastián de Solarte, Juan Rey, los contadores Julio de Arriola Ypeñarrieta, y Diego de Aguirre Urbina; estaba presente en la sala el Guardián del convento franciscano, fray Julio Quijada pues, como sabemos, la capilla de la cofradía se encontraba en la iglesia del convento de los minoritas; asistió también un escribano público. Se procedió a la elección de los mayodormos, “recibiéndose los votos de todos los asistentes, según lo han de uso y costumbre en semejantes elecciones y salieron votados el capitán Juan de la Plaza, administrador general de la Real Armada del mar del Sur, por cuarenta votos y Gregorio de Ybarra por cincuenta votos”[15].
Tras elegir a los componentes de la nueva mesa directiva, suscribieron con el provincial franciscano la patente de cesión de la capilla. Es decir, para esta fecha aún no había pasado a la cofradía la capilla adquirida en 1612. Un documento posterior, fechado el 9 de febrero de 1620, renueva la adquisición. Sin embargo, tampoco en esta ocasión se llevaron a cabo las obras de adaptación de la capilla, por ausencia del maestro Espinosa encargado de llevar adelante los trabajos[16]. Las primeras relaciones de donativos para la construcción de la capilla, la cripta de enterramiento y la sala de juntas de la hermandad son del año 1628[17].
El 12 de abril de 1635 se reunió de nuevo la comunidad vasca; asistieron esta vez ciento cinco paisanos, entre los que ya aparecen algunos navarros[18]. Aprobaron las constituciones que regirían la vida y la actividad de la cofradía. La finalidad que les movió a erigir la asociación fue la de unirse y confederarse los provenientes de las provincias vasco-navarras “en orden a ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad christiana, así en vida como en muerte, para alcanzar por este medio la gloria de Dios nuestro Señor y la salvación de las almas” (constitución 1).
Hay, pues, en Lima desde 1612 el proyecto de configurar una hermandad integrada por los vascos de la ciudad. La puesta en marcha del plan se lleva a cabo en tres momentos. En las tres fases se aprueba el proyecto por votación de todos los presentes a la sesión convocada para este fin en el convento de San Francisco; carecemos del dato numérico de la primera, celebrada en 1612; a la segunda, en 1620, asisten cincuenta y un participantes; el número se duplica con holgura en la tercera, celebrada en 1635, y en ella aparecen ya algunos navarros: se amplía la representatividad del grupo. Los asistentes participan todos, con su voto, en las metas y objetivos propuestos y en la aprobación de las constituciones de la asociación. El Guardián del convento está presente como contraparte y testigo de lo que allí ocurre. Podemos afirmar que la hermandad de Aránzazu de Lima nace, al igual que la mexicana, por iniciativa de los vascos y navarros de la ciudad. La gestión del proyecto limense requirió veintitrés años hasta completar el ciclo fundacional y llegar a la formulación de las constituciones de la cofradía.
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De todo lo expuesto, se deduce que, tanto en Lima como en México, se dio la primera condición para afirmar la madurez asociacionista de un grupo. Esto es, la decisión de configurarlo partió de los miembros de la comunidad y no hubo instigación externa.
Autonomía de gobierno en las asociaciones vascas de Lima y de México
La madurez asociativa requiere también que el gobierno de la empresa y de sus labores esté en manos del grupo que lo inicia. Ante todo, señalo el organigrama de la junta de gobierno de ambas asociaciones.
La junta directiva de México estaba integrada por catorce miembros: un rector, doce diputados y un tesorero, que se renovaban anualmente por elección de la mesa directiva saliente. Había, pues, una cabeza, el rector, al que se concede, además, la posibilidad de que su voto sea decisorio en caso de empate en las votaciones; desde los inicios se estipula también que el número de los diputados se reparta por igual entre los originarios de cada una de las tres regiones vascas originarias, las Encartaciones[19].
La junta limense estaba formada por dos mayordomos, cuatro diputados y un procurador o tesorero. Estos cargos eran renovados anualmente y los nuevos directivos eran elegidos en junta integrada por todos los miembros de la hermandad que gozaban de derecho al voto. Los mayordomos podían ser reelegidos, cuantas veces lo considerasen oportuno los votantes. La junta de gobierno limense, integrada por un número menor de miembros que la mexicana -exactamente la mitad, siete-, carecía de una cabeza decisoria, ya que tenía dos mayordomos y ambos gozaban de la preeminencia en los asuntos de la cofradía. A las juntas anuales podían participar todos los hermanos que gozaban de derecho al voto de la renovación de la junta directiva de la hermandad.
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Al estudiar la cofradía de Aránzazu mexicana pude comprobar la autonomía de gobierno que presidió los trabajos de la asociación. El gobierno de la cofradía por la junta de Aránzazu se mantuvo a lo largo del tiempo. Es más, la cofradía lo defendió ante los religiosos franciscanos del convento en el que tenía su sede, ante las autoridades civiles y también ante las eclesiásticas. Parte importante del trabajo de la junta de la cofradía estuvo dedicada a las gestiones y recursos que sostuvo para afianzar su independencia, tanto en los asuntos de la propia cofradía, como en los de las labores que promovió. Para ello obtuvo la Real protección sobre la cofradía el 6 de noviembre de 1729 y la exención respecto a la mitra mexicana por Bula de Clemente XIII fechada el 3 de febrero de 1766.
La erección de la asociación mexicana como cofradía, implicaba, según había establecido el Concilio de Trento, el derecho del arzobispo metropolitano de visita anual de la cofradía para revisar el cumplimiento de sus constituciones; es decir, el prelado debería efectuar un cierto control sobre la asociación y sobre sus bienes[20]. Las constituciones de 1696 salieron al paso de ese control apoyando la autonomía jurídica de la cofradía respecto a la jerarquía eclesiástica en la autosuficiencia económica de la empresa que gestionaban. Así afirmaron: “(esta) hermandad no tiene plato ni pide limosna como las demás cofradías, y los que son electos por rector, y diputados, de dicha hermandad, la mantienen a costa de sus caudales”[21].
El arzobispo de México Manuel Rubio y Salinas, defendió los derechos que le otorgaba la ley canónica y los cofrades sostuvieron que, por ser los dueños de sus labores les correspondía gobernarlas autónomamente; se produjo un larguísimo proceso, tramitado en Madrid y en Roma que finalizó, como hemos apuntado ya, con la Bula pontificia de 1766, que accedió a la petición de los vasco-mexicanos[22].
La gestión de los cofrades de Aránzazu de México confirma, pues, la madurez asociativa de la empresa y del grupo que la realiza.
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Las constituciones limenses preveían la celebración de dos tipos de juntas para el gobierno de la hermandad: la junta general que se tendría lugar una vez al año, el día 3 de mayo, para proceder a nombrar los nuevos cargos de la junta de gobierno y para aprobar la gestión realizada por la mesa saliente; y las juntas particulares mensuales, los segundos domingos del mes, para decidir los asuntos que se ofrecieren “para bien y aumento de la dicha hermandad y casos particulares”. Se contaba con la asistencia de los demás hermanos “que se quisieren hallar” (constitución 15); es más, se decretó que, para que lo que se estableciese tuviera fuerza, a las juntas generales deberían asistir al menos treinta cofrades y a las particulares un mínimo de doce (constitución 16).
La hermandad limense garantizó en sus constituciones la intervención de una mayoría de los cofrades en los asuntos de la asociación: todos podían votar los cargos de la junta directiva y tenían en su mano la reelección de los mismos sin límite temporal; los mayordomos deberían dar cuenta anual a la junta general, es decir, al conjunto de los socios; competía también a todos los cofrades destinar los bienes de la hermandad a labores concretas, como establecer dotes, o capellanías (constitución 21 y 22). La elección de los destinatarios de las obras pías que la hermandad estableciese se haría por una comisión de trece miembros: los siete que constituían la mesa de gobierno y seis personas votadas en la junta general; al igual que en México, se establecía el voto secreto, para garantizar la libertad de los votantes.
Asentaban también las constituciones la exención respecto a toda autoridad eclesiástica y secular, que no podrían “pedir razón o cuenta de las obras pías della o del gasto de las rentas y limosnas porque así es y ha sido expresa voluntad de los fundadores”[23].
En Lima nos encontramos, sin embargo, con un dato que parece ir en detrimento de esa autonomía: la presencia del Guardián del convento franciscano en las juntas generales de la hermandad, aunque se hace constar en las constituciones que no tendría derecho a voto. Es más, las constituciones expresaban que sólo asistiría “si fuere llamado por los mayordomos” (constitución 13). Los datos que encontramos, nos inclinaron a sostener que se institucionalizó la presencia del superior franciscano del convento limense a las juntas de la hermandad: por ej. las actas del cabildo del 3 de mayo de 1700 para la elección de mayordomos de la junta, recogen que el P. Guardián del convento que estaba presente les dirigió una “plática espiritual para que pusieran los votos en la persona que les pareciese más conveniente para mayordomo”, tras de lo cual, se procedió a voto secreto[24]; y esto se repite en años sucesivos.
La presencia del superior conventual se explica por ser praxis generalizada en el ámbito peruano a principios del siglo XVII. El 4 de abril de 1603, el prior del convento de los dominicos de Lima, fray Agustín de Vega afirmaba: “Asisten siempre a los cabildos y juntas que estas cofradías hazen los dichos padres, y otros religiosos deste convento en su lugar, sin que se les permita hazerlos sin su asistencia”[25].
La capacidad de decisión de la junta limense incluía la gestión del capital de la cofradía para sus propios fines y para las obras pías que se le habían encomendado; para garantizar esa independencia se decidió, al igual que en el caso mexicano, que los bienes salieran siempre de los mismos socios vascos. De hecho se consolidó el uso de recaudar a domicilio entre los hermanos las aportaciones que la cofradía solicitaba[26].
La imposición de bienes corrió a cargo de la mesa o junta de gobierno, que dispuso de ellos con libertad para sacar el mayor fruto[27]. Es significativo en este orden lo ocurrido tras el temblor que arruinó la ciudad en octubre de 1746 y que supuso a la cofradía una notable merma de las rentas de las fincas que poseía; en tal coyuntura decidió la junta reclamar la gestión de siete tiendas situadas en el callejón de los Pelateros y no sólo el 5% del capital impuesto en ellas; era un modo de hacer frente a las pérdidas causadas por el terremoto[28]. La decisión fue beneficiosa. Así, los ingresos de la gestión de las tiendas en el año 1761 fueron 328 pesos, el alquiler al 5% del capital de 5.000 pesos invertido en los locales suponía sólo un ingreso anual de 250 pesos[29].
Reflejan asimismo las actas de la hermandad limense la independencia respecto al convento de San Francisco en donde tenía su sede. Por ejemplo, en la junta general del 15 de agosto de 1744, se decidió levantar recurso al convento para que continuara celebrando unas misas en el altar del Santo Cristo de la capilla de la cofradía estipuladas con el convento y que, por falta de las rentas correspondientes, los franciscanos habían dejado de atender[30].
La asociación limense no pasó en los siglos virreinales a ser cofradía, como su homónima de México; por lo mismo no necesitó defender su autonomía frente a un posible control diocesano sobre sus asuntos, como la mexicana.
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Son distintos los organigramas directivos de ambas asociaciones: la junta de gobierno de México está centralizada por el rector, que la preside, y cuenta con doble número de componentes, representantes de todas y cada una de las comunidades vasco-navarras que integraban la cofradía. En Lima se prescindió de una sola cabeza y el número de miembros de la junta estaba reducido a la mitad; a la vez, se convocaba a todos los hermanos para participar en la decisión de los asuntos de la cofradía. En México, los cofrades no tenían la posibilidad de asistir y votar en las decisiones; tan sólo en asuntos muy notables fueron convocados todos los socios para dar votar la decisión, o bien elevaron sus peticiones a la mesa: el 1 de noviembre de 1732, se celebró junta plenaria para decidir todos los asistentes la erección del colegio de las Vizcaínas; en 1753 los cofrades elevaron una petición firmada por todos ellos solicitando la segunda relección–las constituciones admitían una sola relección- de Manuel de Aldaco, en un momento clave para dar continuidad a las gestiones jurídicas del colegio de las Vizcaínas[31].
Podemos afirmar que las juntas de gobierno de ambas cofradías gestionaron por sí mismas los medios para alcanzar los objetivos propuestos. Sin embargo, en este orden, hallamos también una diferencia: en Lima, la junta de gobierno se apoya en la base de los cofrades; en México, la mesa es el órgano decisorio.
Labor de las cofradías vascas limense y mexicana
Hasta aquí estudiamos la libertad de asociación que rigió en las dos cofradías de Aránzazu. La madurez social del grupo que dio vida a ambas cofradías se debería reflejar también en la consecución de los fines fundacionales y en la irradiación que alcanzaron sus labores. Esto es, cómo contribuyeron a sostener la fe y la vida religiosa de sus miembros, o si desviaron estos objetivos; y qué proyección tuvo su labor en la sociedad.
Vida religiosa de los cofrades
Ante todo, veamos su contribución a la vida religiosa de los miembros. En la cofradía mexicana hemos encontrado unas dimensiones precisas. Los vasco-mexicanos se propusieron como meta fundacional el culto a la Virgen de Aránzazu, devoción radicada en las tierras vascas peninsulares; lo llevaron a la práctica durante todo el iter de la cofradía. Ahora bien, ya las primeras constituciones preveían la posibilidad de incorporar la celebración de otras devociones; así lo hicieron festejando a los patronos de las tierras de origen -la Virgen de Begoña, san Ignacio de Loyola, san Fermín, san Prudencio y san Francisco Xavier. En 1731 celebraron por vez primera la fiesta de la Virgen de Guadalupe, devoción típicamente mexicana que aunó a indios y criollos. Continuaron todas estas solemnidades hasta finalizar la cofradía en 1860.
La cofradía limense se fundó para celebrar actos religiosos en honor de la Virgen de Aránzazu y del Santo Cristo de la hermandad. Como en el caso mexicano estas fiestas se celebraron con ritmo anual a lo largo de la vida de la cofradía[32]; lo siguió haciendo hasta bien entrado el siglo XIX: en 1857 convocaba a participar en ellas a los 278 miembros de la hermandad[33]; tras la incautación de los bienes de la hermandad por el Gobierno del Coronel Prado, la Beneficencia pública, a la que fueron a parar aquellos fondos se comprometió a pasar una suma anual para el culto de la Virgen de Aránzazu[34].
A diferencia de la cofradía mexicana la limense nació ya con el objetivo de fomentar una doble devoción: la Virgen de Aránzazu, enraizada en la tradición religiosa de las tierras de origen, y el Santo Cristo, devoción de hondo arraigo en el Perú. La hermandad no incorpora las fiestas de los patronos de los territorios vasco-navarros, como sucedió en México. Podemos avanzar la hipótesis de que los fundadores de la hermandad peruana estuvieron más radicados en la Colonia, que los que iniciaron la cofradía mexicana.
Dimensiones de la vida del cofrade de Aránzazu
Veamos la posible incidencia de las cofradías vascas en la vida de sus socios. Ambas asociaciones proporcionaron a sus miembros una atención espiritual por parte de los capellanes, confesores y predicadores y suministraron modelos de vida que pudieran impulsar en ellos una conducta cristiana.
El análisis de la asociación mexicana nos ha permitido detectar el perfil del cofrade como un hombre de empresa, capaz de proponerse metas y llevarlas a su término, responsable de sus decisiones, íntegro en el uso de los bienes de la cofradía que defendió recurriendo al arbitraje de los propios paisanos o, si no alcanzó así el objetivo, a los tribunales de justicia.
En el cofrade se dio asimismo una apertura real a la comunidad en que había nacido y de la que se sintió responsable: en el ámbito familiar su acción se extendió a lo que se puede considerar como un auténtico clan integrado en muchas ocasiones por miembros de tres generaciones y en el que confluyeron, además, las relaciones de compadrazgo. La adscripción a la cofradía le llevó a ocuparse del grupo vasco y a contribuir a sus necesidades. La cofradía penalizó, por ej., a los que no vivieron esa apertura al grupo; así quedó establecido que los que rechazaran el nombramiento de rector para el que habían sido elegidos, no podrían ser elegidos de nuevo.
Se asienta que el cofrade había de ser un hombre respetable, de buena fama. La cofradía se reservaba la expulsión de los que públicamente llevaran una conducta escandalosa. Por los datos de que dispongo, no parece que se diera esa medida; no hubo entre los cofrades herejes, criminales, ladrones a gran escala. Sí hubo perdedores y a éstos asistió la cofradía. Fue el caso, por ej. del navarro Miguel Francisco de Gambarte, rector en 1757, que falleció en 1783 en extrema pobreza, y la cofradía corrió con los gastos del entierro.
Quiero destacar una dimensión de las dos asociaciones estudiadas que, a mi parecer, incidió en el perfil ético del ciudadano colonial. Ambas asociaciones admitieron el comercio como medio de capitalización: la mexicana practicó desde 1690 hasta 1721 el intercambio de productos con Filipinas; la limense en 1746 decidió gestionar directamente las siete tiendas que poseía en la ciudad para hacer frente al descalabro económico que el terremoto había causado a la cofradía. Con estas medidas las dos asociaciones vascas contribuyeron a la consideración positiva de la empresa comercial que se dio en la sociedad americana colonial.
Hasta bien entrado el siglo XIX, ambas asociaciones piadosas proporcionaron a sus miembros unos medios que les transmitían la fe y la piedad de sus antepasados y, a la vez, les suministraron modelos de actuación moral; un comportamiento honorable conforme a su condición de miembros de la noble familia vascongada, a los cuales la Corona otorgó el privilegio de hidalguía en 1754.
Labores socio-culturales
Nos planteamos ahora cual fue la proyección de ambas asociaciones en el plano de las relaciones con los miembros de la propia comunidad y con los demás componentes de la sociedad en que vivieron. Al estudiar el desarrollo de la cofradía mexicana he trazado cuatro etapas: la fase configuradora, la de consolidación interna de la cofradía, la proyección externa en el ámbito del virreinato y, por último, la puesta en marcha de labores que irradiaron fuera del virreinato.
En la primera etapa y durante quince años, de 1681 a 1696, la asociación mexicana completó su perfil institucional: fundada como hermandad en 1681, en 1696 fue erigida como cofradía. Entra así en 1696 a la segunda fase, que he denominado de consolidación interna; en ella, a lo largo de treinta y cinco años, hasta 1731, la cofradía aumentó el número de cofrades, incorporó nuevas devociones religiosas e incrementó las labores asistenciales previstas en las constituciones: la atención al necesitado del grupo vasco-navarro, las dotes que permitieran a las jóvenes de la propia comunidad que carecían de fortuna casarse o ingresar en un convento y dotar también capellanías que posibilitaran la ordenación de sacerdotes. En 1732 y hasta 1772, durante cuarenta años, la cofradía mexicana realizó un proyecto novedoso de indiscutible incidencia social: la fundación del colegio de las Vizcaínas para la mujer mexicana que llegará en funciones hasta nuestros días. Por último, en 1772 se inicia una cuarta fase que alcanzará hasta finalizar el siglo XVIII: la cofradía acometió en estos años nuevas labores. Entre ellas la formación cristiana del mexicano que carecía de fortuna, la ayuda a las misiones del Oriente asiático y la promoción de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País; la acción de la cofradía irradia de algún modo al Asia y a las tierras peninsulares, traspasando los límites del propio virreinato.
Vayamos al caso limense. La etapa configuradora, es decir la que completa el perfil de la asociación es más amplia que en el caso mexicano: se extiende desde 1612 hasta 1635; los vasco-limenses tardaron veintitrés años en poner en marcha la hermandad.
A diferencia de lo sucedido en México, los limenses no se propusieron erigir su asociación en cofradía. La solidez asociativa del grupo y la categoría social de la comunidad vasco-navarra de Lima hubieran hecho posible dar ese paso. La permanencia en la fórmula inicial manifiesta, a mi parecer, la determinación de la asociación limense de conservar la propia independencia respecto a la autoridad eclesiástica.
Desde 1635 hasta 1771, a lo largo de ciento treinta y seis años, la hermandad limense viviría la fase que he denominado de consolidación de la labor: es decir, la asociación aumentó en miembros y creció en labores que ya estaban contempladas en las constituciones: asistencia al necesitado de la comunidad vasco-limense y establecimiento de capellanías para la ordenación de sacerdotes, como las de Juan de Urrutia, Joseph de Lizariturre, Sancho de Elorriaga y Andrés López de Arcaya[35]. Fue un tiempo de larga duración en el que la hermandad siguió los cauces ya trazados, sin proyectar nuevas empresas. Respecto a la mexicana, este dato reflejaría una menor potencialidad de la cofradía.
Para calibrar esta última afirmación hay que ponderar que la hermandad vasco-limense tuvo que acometer en dos ocasiones la construcción de su propia capilla y del retablo, debido a los temblores que asolaron la ciudad. La capilla quedó terminada sólo en octubre de 1645 y quedó seriamente dañada de nuevo el 4 de febrero de 1656, por desplomarse el crucero y parte de la bóveda del templo; hubo de reconstruirse y las obras finalizaron en 1669. El terremoto de octubre de 1687 dio al traste con el retablo y obligó a hacer uno nuevo que costó 16.525 pesos[36]. Esto explicaría, en parte, la menor actividad operativa de la hermandad limense, respecto a la cofradía mexicana.
En 1771 inició la hermandad limense la etapa de proyección externa, es decir, impulsó una nueva labor asistencial no contemplada en las constituciones y dirigida no estrictamente al propio grupo. En esa fecha, D. Juan Ignacio de Obiaga, Inquisidor Apostólico y Fiscal del santo oficio de la inquisición de Lima, antiguo mayordomo de Aránzazu, estableció una fundación laical, exenta de la jurisdicción eclesiástica, con un legado de 17.000 pesos, recibidos de una persona piadosa, para proveer con sus rentas anuales la enfermería y la farmacia del convento de San Francisco y a las necesidades de los ornamentos de la sacristía del propio convento[37]. El año de 1864 seguía en vigor esta fundación[38].
Por esa fecha de 1771, en que la hermandad limense hacía la fundación en favor del convento de san Francisco, el colegio de las Vizcaínas de la cofradía mexicana estaba en pleno desarrollo y los vasco-mexicanos se disponían a impulsar la adscripción de socios a la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. En Lima no encontramos proyectos similares. Estos datos pueden ser significativos de una menor incidencia social de la hermandad limense, respecto a la mexicana y, consiguientemente de la menor proyección socio-cultural de la comunidad vasco-peruana.
Para calibrar la proyección socio-cultural de los vascos limenses, necesitamos acudir también a datos externos a la vida de la hermandad. En efecto, en la década de los 70 del siglo XVIII se estaba llevando a cabo en Lima la adscripción de socios de la Bascongada[39], hasta el punto de constituirse en Lima el segundo contingente de socios de la Real Sociedad Bascongada[40], tras el de la ciudad de México. Es más, en Lima, por las mismas fechas, los grupos que promovían la Bascongada habían impulsado proyectos culturales “ilustrados” que buscaban el progreso de la región: la Sociedad Académica de Amantes del País, que dio vida al “Mercurio Peruano”, órgano difusor de los ideales de progreso cultural y técnico que la Sociedad Académica sostenía[41]. Lohmann Villena ha mostrado las conexiones de las tres empresas, estudiando la adscripción en ellos de los vascongados limenses[42] .
Los datos anteriores manifiestan que el grupo vasco-limense realizó sus proyectos socio-culturales fuera del ámbito de la hermandad de Aránzazu. La asociación vasca peruana continuó realizando al menos hasta la segunda mitad del siglo XIX la labor religiosa y asistencial con los que había iniciado su andadura en el siglo XVII.
Conclusiones
Nos planteamos en este trabajo detectar la incidencia de las cofradías de Aránzazu mexicana y limense, resultado de la madurez socio-cultural del grupo que las desarrolló. Hemos comprobado que los vascos en México y en Lima se asociaron por libre determinación del grupo respectivo y que gobernaron sus asociaciones por sí mismos.
La asociación limense optó por permanecer institucionalmente como hermandad; con esta medida permaneció fuera del ámbito de la jurisdicción eclesiástica, logrando así la propia autonomía de gobierno. Los vasco-mexicanos, que optaron por configurarse como cofradía, lucharon para lograr la exención de la autoridad eclesiástica y civil.
Ambos grupos trazaron con precisión el órgano de gobierno que mantendría el control de la cofradía y de sus labores y fundamentaron la autonomía de gobierno de la asociación en la financiación de sus empresas por los propios cofrades vascos. Así pues, ambas asociaciones, fundadas en el siglo XVII, fueron ámbito de la libertad del grupo.
Hemos comprobado que hasta bien entrada la etapa independiente, ambas mantuvieron en vigor los objetivos iniciales, de culto y asistencia al propio grupo. Incidieron estas labores en la vida religiosa de la comunidad vasca, como se lo habían propuesto al fundar la asociación. En México pesaron más los grupos vinculados a las tierras de origen y lograron incorporar a la cofradía las devociones de las provincias vascas peninsulares; a partir de 1731 se inició la incorporación de devociones criollas. En Lima, ya desde la fundación de la hermandad, hubo una doble presencia de la piedad peninsular y de la criolla que se mantuvo hasta finalizar la asociación. Así pues, en Lima prevalece la tradición y se refleja la presencia del vasco-criollo, mientras que en México destaca la capacidad innovadora en el campo religioso y se detecta el peso del emigrante de primera generación.
Ambas cofradías proporcionaron modelos éticos que incidieron en el comportamiento de sus miembros. En México pudimos comprobar el consolidado prestigio de honradez en el manejo de los bienes de la Cofradía; en efecto a ella recurrieron para trasladar a la Corte o a Filipinas sus bienes. Es más, con las soluciones adoptadas para financiar las propias asociaciones, nos parece que contribuyeron a la consideración positiva moral y social de la gestión mercantil en el que sería considerado como pre-capitalismo colonial americano.
La cofradía de México sacó adelante empresas culturales que irradiaron fuera del propio grupo, como el Colegio de las Vizcaínas y la promoción de la Bascongada en México, impulsando el desarrollo científico y económico en las tierras de origen y en la Nueva España. A partir de 1772 promocionó a la Bascongada logrando enviar desde México para sus escuelas en las tierras vascas 27.000 pesos.
La hermandad limense no se propuso tareas semejantes, según hemos podido constatar en la documentación estudiada. Sin embargo, los vascos-peruanos acometieron empresas similares en Lima; no lo hicieron, como en México, desde la hermandad.
Nos hemos encontrado así ante un doble proyecto de asociación. La cofradía mexicana aparece dotada de un considerable poder de convocatoria del vasco en el ámbito del virreinato, y con el consiguiente peso financiero; abarca en sí los distintos campos de proyección religiosa y cultural de la propia comunidad a quién alcanza a representar[43]; destaca la capacidad de iniciativa con que amplía sus labores y empresas. La hermandad limense, que -por los datos que poseía al realizar el estudio comparativo- aunaba a los vascos de la capital del virreinato, se presenta como sociedad religioso-asistencial, más vinculada al proyecto inicial. La limense tiene menor empuje en su acción: precisa de más tiempo para su erección definitiva y para emprender nuevas labores; se muestra como mantenedora de la propia tradición.
La cofradía de México adoptó un estilo de gobierno centralizado en la mesa directiva. Sólo sus miembros tenían voto en las juntas generales que decidían todos los asuntos de la cofradía; el organigrama de la junta directiva mexicana estaba apoyado sobre la última decisión del rector. La hermandad de Lima carecía de esa fuerza centralizadora. A las juntas generales asistían con derecho a voto todos los socios; la mesa estaba presidida por dos mayordomos. Nos parece que esa diferencia de dirección ha podido influir en la menor acometitividad de la hermandad peruana. Es una hipótesis que estudios similares de diversas cofradías podrían responder con mayor índice de precisión.
El estudio realizado nos ha presentado dos cofradías de la elite empresarial colonial que, iniciadas por el propio grupo, manifiestan un desarrollo socio-cultural que se hace presente en Lima el año 1635 y en México el año 1681 y que continúa durante todo el siglo XVIII, alcanzando una cuota alta en la década de 1770. Ambas asociaciones, se presentan como ámbito de autonomía de los grupos respectivos. La historiografía ha revalorizado el siglo XVII americano y con Ruggiero Romano lo sitúa como contracoyuntura de la Europa en crisis del momento[44]; para este autor, un elemento clave de esa coyuntura positiva americana fue precisamente la autonomía de la vida americana respecto a la autoridad gubernativa[45]. Los datos obtenidos en las cofradías estudiadas estarían en línea con la tesis de Romano.
En este contexto, me parece de gran interés estudiar la autonomía y la incidencia socio-cultural de las cofradías coloniales de los siglos XVII y XVIII. Hay datos que apuntan en esa dirección. En 1731 llegaba al Consejo de Indias la noticia de que ninguna congregación, ni cofradía de la ciudad vivía lo ordenado por la Recopilación de Indias, Ley 25 del Lib. 1º, de que asistiese a las juntas un ministro de la Real Audiencia[46]. Por su parte, los estudiosos de las cofradías indígenas las ven como espacios en que se afirma el poder local de las autoridades indígenas[47]. Este estudio podría aportar luces nuevas sobre la realidad socio-cultural americana de los siglos XVII y XVIII.
[1] J. Garmendia Arruebarrena dio a conocer diversas cofradías vascas peninsulares, entre otros estudios: Presencia vasca en Sevilla (1698-1785), en “Boletín de la Real Sociedad de Amigos del País”, 37 (1981) 429-512; La Cofradía del Santísimo Cristo de la Humildad y la Paciencia de los vascos en Cádiz, en “Boletín de la Real Sociedad de Amigos del País”, 34 (1978) 375-412.
[2] Elisa Luque Alcaide, La cofradía de Aránzazu de México 1681‑1799, Pamplona, Eunate, 1995.
[3] Gabriel Le Bras, Les confréries chrétiennes. Problèmes et propositions, en “Revue historique de droit fraçaise et étranger”, 19-20, París [1940-1941] 310 ss., seguido por la obra del mismo autor ID., Etudes de sociologie religieuse, P.U.F., Paris 1956.
[4] Marie-Hélène Froesschlé-Chopard, Etudes des confréries. Problèmes et methode, en “Provence Historique”, 34, Aix-en-Provence [1984] 117-123.
[5] Maurice Agulhon, Pénitents et francs-maçons de l’ancienne Provence: essai sur la sociabilité, Fayard, París 1984 (edición revisada de la de 1968).
[6] Michel Vovelle, Piété baroque et déchristianisation en Provence au VXIIIe. siècle, Éditions du Comité des Travaux Historiques et Scientifiques, París 1997 (edición revisada y ampliada de la de 1973).
[7] Elisa Luque Alcaide, Coyuntura social y cofradía. Cofradías de Aránzazu de Lima y México, en Pilar Martínez López-Cano, Gisela von Wobeser, Juan Guillermo Muñoz (coords.), Cofradías, Capellanías y Obras pías, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas (Serie “Historia Novohispana”, 16), México 1998, pp. 91-108.
[8] Guillermo Lohmann Villena, La Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima, en Ignacio Arana Pérez (coord.), Los vascos y América. Ideas, hechos, hombres. Madrid, Fundación Banco de Bilbao y Vizcaya, GELA, 1990, pp. 203-213. La historiografía reciente ha ampliado esos datos: José de la Puente Brunke, Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu (LIMA), Enciclopedia Católica on-line: http://ec.aciprensa.com/wiki/Hermandad_de_Nuestra _Se%C3%B1ora_de_Ar%C3%A1nzazu_(LIMA).
[9] Es una buena noticia para el historiador que hoy la renovación de la Cofradía de Aránzazu mexicana ha hecho posible la recuperación de sus fuentes y se está procediendo a la configuración del Archivo correspondiente.
[10] Al igual que la cofradía de Aránzazu de México parece que la limense tenía todos sus papeles en la propia sede y por esto apenas se halla documentación en los demás archivos de la ciudad. En el Archivo Arzobispal de Lima se encuentra un expediente, del antiguo procurador de la hermandad de Aránzazu, Agustín de Ezpeleta, reclamando, el 23-IX-1885, los bienes que el gobierno había requisado a la hermandad; esta reclamación no parece tuviera efecto alguno: Archivo Arzobispal de Lima (en adelante AAL), Fondo Cofradías, 71, 17.
[11] Libro de Elecciones que principió en 23 de noviembre de 1681 y acavó en 20 de agosto de 1773, f. 1 v-r, en Biblioteca de Antropología en Historia de México, Fondo Vizcaínas, rollo 40.
[12] La capilla desde 1671 estaba dedicada a esta advocación; pero no estaba dotado su culto. Se trataba de asegurarlo mediante la asociación y, a la vez, proporcionar el enterramiento de los miembros.
[13] Asociación que, en la Edad Moderna, a diferencia de la cofradía, no requería la aprobación diocesana.
[14] Parece que el primer intento de cofradía vasca en el Incario fue en la ciudad de Potosí, promovida por los empresarios vascos, propietarios de casi todos los ingenios y minas de la Villa Imperial: Cfr. Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, pp. 203-213.
[15] Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, sita en el convento de N.P. S. Francisco de Lima desde el año de 1612 hasta el de 1750 y Constituciones de la misma, en Archivo de la Beneficencia de Lima [en adelante ABL], nº 8179, ff. 2d- 3v.
[16] Se ausentó para ir a dirigir la obra de la catedral de Arequipa: Cfr. Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, p. 205.
[17] Borrador de las Constituciones de la Ilustre Hermandad de Nra. Sra. de Aránzazu, de Bascongados en el convento de N.P. S. Francisco de Lima, que empezó en 1612 y derecho a las siete tiendas que posee en el callejón de Petateros, y así mismo algunas cuentas de los primeros Mayordomos, Archivo Beneficencia Pública de Lima (ABL), nº 8180.
[18] Eran 35 de Guipúzcoa, 49 del Señorío (Vizcaya), 9 de Navarra, 7 de Álava y 5 de las cuatro villas (Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera): Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, folio de la portada. Las cuatro villas eran puertos costeros de Cantabria que se habían se unieron a Vitoria y a varios puertos vascos el 4 de mayo de 1296, formando la Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla con Vitoria, que mantuvo relaciones comerciales con algunas de las ciudades portuarias más importantes de toda Europa y que paró el comercio de la Liga Hanseática con los reinos hispanos: cfr. Margarita Serna Vallejo, El Fuero de Laredo en el octavo centenario de su concensión, Universidad de Cantabria, Santander 2002.
[19] Comarca de situada en la parte occidental de Vizcaya, habitada por descendientes de los cántabros y que gozó de personalidad propia y cierta autonomía, aunque ya en el siglo XIII se vinculó al Señorío de Vizcaya al que acabará incorporándose definitivamente en 1804: cfr. José Víctor Arroyo Martín, Las Encartaciones en la configuración institucional de Vizcaya (siglo XVIII), UPV/EHU, 1990.
[20]El Concilio había afirmado el derecho de los obispos de visitar las cofradías, excepto las que estaban bajo la Real protección y obligaba a rendir cuentas anualmente de su administración ante el Ordinario Sesión XXII, De reformatione , canon. 8 y 9 (COeD, 740). El control del régimen económico de las cofradías aprobado por Trento en la Sesión XXII remite a la Constitución Quia contingit, del Concilio Viennense (1311-1312): Cfr. Ibídem, 374-376. En el siglo XVII la Constitución Quaecumque, dada por Clemente VII el 7-XII-1604, estableció, además, que el Ordinario había de aprobar la erección de cada cofradía y de sus estatutos, fijaba el método señalado para recibir sus limosnas e indicaba el uso en que debían emplearse: Cfr. Naz, Dictionnaire de droitcanonique, Letouzey et Ané, Paris, T.IV, 1949, col. 156.
[21] XIV. Item, por cuanto el fundar dicha Hermandad, y desear se erija en Cofradía, es solo a fin de servir y obsequiar a la Santísima Virgen María, y que dicha Hermandad no tiene plato ni pide limosna como las demás Cofradías, y los que son electos por Rector, y diputados, de dicha Hermandad, la mantienen a costa de sus caudales. Sin embargo de todo, así para lo que a el presente tiene y goza, como para lo que en lo de adelante tuviere y gozare, se pone dicha Hermandad, su Rector, diputados y thesorero, debajo de la Protección y subordinación que debe al Ilmo Sr. Doctor D. Francisco de Aguiar y Seijas, Arzobispo Dignísimo de esta ciudad según el Sagrado Concilio de Trento y Bullas Apostólicas; para que con su gran fervor, celo del bien de las almas, devoción a la Sacratísima Virgen María, ampare dicha Hermandad como planta tan nueva y que desde luego se pone debajo de su subordinación, en el todo y por el todo, y en su nombre del Sor. Provisor y Vicario general que es o fuere de este Arzobispado”: Libro de Elecciones citado en nota 15, f. 31v.
[22] Un buen estudio el de Guillermo Porras Muñoz, en Josefina Muriel de la Torre (coord.), Los Vascos y su Colegio de las Vizcaínas, CIGATAM, México 1989, pp.109-137.
[23] Constitución 24. Es más, se inclinan en caso de duda por acudir a la autoridad civil y no a la eclesiástica. Así se establece en la misma constitución que en caso de tener que acudir a dirimir algún litigio surgido en las cuentas de la cofradía “se recurra al excmo. Sr. Virrey de estos reinos, para que se sirva de mandarlas ver (las cuentas) y aprobar como mejor fuere servido”.
[24] Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu : f.145 r.
[25] Expresiones similares en el informe del jesuita Joseph Tiruel, rector del Colegio de San Pablo, de Lima: Archivo General de Indias (en adelante AGI), Lima 34, libro 6, nº 41. Relaciones adjuntas a la carta del Virrey del Perú a S. M. acerca de las cofradías de indios y negros existentes en los conventos y monasterios de Lima. Cit. por Rodríguez Mateos (1995), pp. 15-43.
[26] “Razon de los hermanos que dejaron de ir el día 3 de mayo de 1799 a la fiesta y cabildo que se celebró dicho día en la capilla de Ntra. Sra. de Aránzazu, son los siguientes, a quiénes los señores D. Gabriel de Borda y Gobernador Martín de Jano, diputados les pidieron limosna en sus casas…”, Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, f-149 r.
[27] Sobre el modo de proceder se consignan varios casos en el mismo Libro de Elecciones para hacerse cargo de unos legados que se asumen en la junta, o también para decidir la imposición de capital, por ej. “En 5 de febrero de 1713 se hizo Junta de cabildo en esta hermandad para imponer una renta de 4.000 pesos de principal y 200 de corridos para ayuda de que se celebren las dos fiestas de la obligación de esta capilla…, ”:Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, f. 2 r.
[28] Junta del 15-VIII-1750, Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, ff. 216 v-219 r.
[29] “Cuentas de cargo y data que presentan los mayordomos Licdo. D. Juan Obiaga, colegial huesped del real Mayor de san Felipe y abogado de esta Real Audiencia y D. Ignacio de Altube, Secretario del santo oficio de esta inquisición, y este último es el que se ha hecho cargo de recibir y pagar que se ofrecieron en esta capilla”, Libro de Cargos y descargos de los Mayordomos del Santo Christo y Ntra. sra. de Aránzazu de la Ilustre Hermandad de Bascongados en la Iglesia del Convento de N.P.S. Francisco de Lima desde el año de 1695 hasta el de 1763, f. 116v, en ABL, nº 8181.
[30] Junta del 15-VIII-1744, Libro de Elecciones de Mayordomos de la Ilustre Hermandad de Ntra. Sra. de Aránzazu, ff. 211 v-214 r.
[31] Cfr. Luque alcaide, op. cit. en nota 2, pp. 92 y 153, cita 118.
[32] Por ej. en 1761 gastó la cofradía 200 pesos y 1 real en la fiesta celebrada el 15 de agosto en honor de la Virgen de Aránzazu (adorno de altares, música, cera, sermón, misa solemne y luminarias, cohetes, chirimías, y otras menudencias, especifican). El mismo año gastaron 49 pesos y 6 reales por la celebración de la cruz el día 3 de mayo (adorno del altar, música, misa solemne cera y demás menudencias): “Cuenta presentada por los mayordomos D. Juan de Obiaga, colegial del Real mayor de San Felipe y abogado de la Real Audiencia, y D. Ignacio de Altube, Secretario del Santo oficio de la Inquisición de Lima”, en Cuentas de Cargo y Data de los Mayordomos del Santo Christo y Ntra. sra. de Aránzazu de la Ilustre Hermandad de Bascongados.
[33] Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, p. 213.
[34] Así lo expresa en su informe al arzobispo de Lima, el antiguo procurador de la hermandad, Agustín de Ezpeleta, el 23 de septiembre de 1885: AAL, Fondo Cofradías, 71, 17, cit. en la nota 10.
[35] Los datos de estas capellanías constan en el citado Libro de Elecciones; no he encontrado testimonio del establecimiento de dotes de doncellas.
[36] Este sería destruido por un fuego el 21 de septiembre de 1899. Estos datos los he tomado de Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit.en nota 8, pp. 205 y 211-213.
[37] Obiaga nombraba por patrono de la obra pía “a los Mayordomos de la Ilustre Hermandad de nuestra Señora de Aránzazu de la que fui Mayordomo nueve años, y en su defecto al Ministro y Síndico de la Tercera Orden, para que cuiden de la más segura y permanente imposición del principal en Fincas, que no tengan censo alguno, o el valor de su área sufra el de esta Obra pía; reintegren el capital de los diez y siete mil pesos si se menoscabare, y distribuyan las limosnas, sin que les sea facultativo, ni puedan alterar de ningún modo el méthodo, y orden, que llevo dispuesto”. Es significativa la asignación de las tres llaves de la caja correspondiente a esta obra pía: dos las poseían los mayordomos de Aránzazu, la tercera el Guargián del convento de San Francisco: Libro de la Fundación de Obra pía para la Enfermería, Botica, y Sachhristía de Sn. Franco, dispuesta por el Sr. Inqq.or Obiaga por encargo de un Devoto, en ABL, nº 8185, ff. 5v-8v.
[38] En las cuentas de ese año, firmadas por los mayordomos Lucas de Ugarte y J.F. Puente, el total de las rentas de la fundación que se empleó en gastos de ropa de la sacristía de San Francisco y en medicamentos de la farmacia era de 731 pesos y 2 reales, en Ibídem, f. 27 de la segunda parte correspondiente al siglo XIX.
[39] En 1772 se inscribió el primer limense a la Real Sociedad; a partir de esa fecha se incrementó el número, alcanzando un total de 121 socios el año de 1790, mientras que en la capital novohispana lo hicieron un total de 530 socios; Lima fue, después de México, la segunda ciudad americana en número de socios de la Bascongada: Cfr. J. Vidal Abarca, “Estudios sobre la distribución y evoluciónde los socios de la RSBAP en Indias (1765-1793”, en VV.AA. La Real Sociedad Bascongada y América, Real Sociedad Bascongada de Amigos del País,- Fundación BBV, Madrid 1992, pp. 105-148.
[40] Jean-Pierre Clément cuantifica los vascos suscriptores de El Mercurio Peruano: en Lima eran el 60% de la comunidad vasca de la ciudad; en todo el Virreinato peruano constituían el 27,2 % de los vascos del territorio: J-P Clément, El Mercurio Peruano, 1790-1795, Vervuert-Iberoamericana, Vol, Frankfurt 1998, p. 86.
[41] Además de la monografía de Clément, hay buenos estudios sobre las ideas presentes en el periódico limense, así los de Rosa Zeta Quinde, El pensamiento Ilustrado en el Mercurio Peruano: 1791-1794, Universidad de Piura, Piura 2000, José de la Puente Brinke, El Mercurio Peruano y la Religión, en “Anuario de Historia de la Iglesia” 17 (2008) 137-148.
[42] Lohmann Villena, en Arana Pérez, op. cit. en nota 8, pp. 315-337.
[43] Lo hace respecto a la Bascongada; también al canalizar las gestiones de cofradías y personas vascas peninsulares en el ámbito novohispano: Cfr. Luque Alcaide, op. cit. en nota 2, Capítulo IX, especialmente pp. 310-318.
[44] Ruggiero ROMANO, Coyunturas opuestas. La crisis del siglo XVII en Europa e Hspanoamérica, El Colegio de México, México 1993.
[45] “el debilitamiento del Estado español no se traduce sólo en el hecho de que se quede más dinero en América; hay algo más importante que se da en el transcurso del siglo XVII (siglo que dura hasta las “reformas” del XVIII que no son más que la última tentativa por recuperar el “Imperio) y es que la vida americana resulta cada vez más autónoma”: ROMANO, op. cit. en nota 42, p. 149.
[46] Lo informaba la mesa de la Cofradía de Aránzazu de México, pidiendo se le eximiera de esa asistencia a sus juntas de un miembro de la Audiencia de México, que se le había indicado al acogerla en 1729 bajo la Real protección. Entre otras razones aduce que “en ninguna congregación ni cofradía de aquella ciudad asiste tal ministro: AGI, México, 716.
[47] Ya lo apuntaba así en 1961 G. M. Foster, Cofradía y Compadrazgo en España e Hispano-América, en“Guatemala Indígena”, 1 (1961) pp. 107-135, primera época. Cfr. también D. Betchloff, Bruderschaften im Kolonialen Michoacán. Religion zwuischen Politik und Wirschaft in einer interkulturallen Gesellschaft, LIT, Münster-Hamburg 1992.
Videos que recogen la conferencia de la doctora Elisa Luque Alcaide sobre Los comerciantes vascos en los Virreinatos de Perú y México, en la que analizó la historia y la evolución de la Hermandad de Lima y su influencia en otras desarrolladas por América. Conferencia ofrecida en los actos de conmemoración de los 400 años de la fundación de la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima
La serie Aniversario de la Cofradia de Aranzazu de México, en un proyecto de La Asociación Euskadi Munduan, Limako Arantzazu Euzko Etxea – Lima Basque Center, la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu de Lima, y el Fondo Editorial de la Revista Oiga.
Last Updated on Sep 29, 2024 by About Basque Country