Un 5 de septiembre de 1923 nacía en el departamento de Lima Francisco Igartua Rovira. Este peruano de ascendencia vasca, su padre había nacido en el caserío “Berotegi” del barrio Goribar de Oñate, iba a convertirse en uno de los más importantes y destacados periodistas de Perú y en un modelo de periodista comprometido con los principios de este oficio y con la libertad de prensa.
Su vida no fue fácil. Con 22 años, en 1944, y al año de empezar su ejercicio como periodista, ya fue a prisión por sus críticas al gobierno de turno y a partir de ese momento, las visitas a la cárcel, o los exilios, tachonaron su vida.
Es verdad, su vida no fue fácil. Pero es la vida que quería vivir. Fue la vida que eligió. Para la mayoría de nosotros es difícil imaginar qué impulsa a un ser humano a tomar decisiones que sabe que le van a ocasionar graves problemas con el poder. En el caso de Paco Igartua fue su convencimiento de que como periodista tenía un compromiso ineludible con la sociedad. El compromiso de contar las cosas como son, sin plegarse a amenazas ni a los cantos de sirena que el poder, todos los poderes, utilizan para callar a los que pueden destapan sus miserias.
Última portada de la Revista Oiga
La gran obra de Paco Igartua, en el campo del periodismo, fue la fundación de la Revista Oiga. Una revista que, desde que apareció en 1948 sufrió cierres por decreto o por asfixia económica, hasta que en 1995, ahogada por el «acoso tributario» del gobierno dictatorial de Fujimori, se despedía de sus lectores. Fue cerrada por su compromiso con la libertad, la justicia y los derechos humanos.
En esta última revista de Oiga se publicó una última editorial, firmada como es lógico por el propio Igartua, en la que hacía un repaso de las razones que llevaron al cierre de la revista.
Como ya comentamos en un artículo anterior, que dedicamos este periodista y a su obra, Paco Igartua tuvo, y mantuvo, una íntima conexión con la tierra de su padre. No solo visitándola asiduamente, sino también comprometiéndose con sus problemas y participando de una forma muy activa en las actividades de la Diáspora vasca.
Paco Igartua y el Lehendakari Ardanza. Congreso Mundial de Colectividades Vascas: (1995)
Participó en los dos primeros Congresos Mundiales de las Colectividades Vascas, por invitación expresa del propio Lehendakari. En ellas realizó importantes aportaciones y fue el responsable de las actas de dichos congresos.
Como recordábamos en aquel artículo fue el responsable de redactar declaraciones de apoyo a los diferentes procesos de paz coincidieron con los diferentes Congresos Mundiales de la Colectividad Vasca. No pudo ver la Paz en Euskadi, tan anhelada por él, pero sin duda puso su grano de arena en su logro.
Su enorme capacidad para entender el «conflicto vasco» se recoge en un párrafo de esa entrevista realizada en 2002:
“Sin ETA, Euskal Herria sería capaz de hacer frente a los habituales ataques españoles, y los derechos de nuestro pueblo serían reconocidos en todo el mundo. Pero con ETA, las opinión del mundo se vuelve en nuestra contra. Creo que los miembros de ETA son víctimas de su propia violencia. Y eso es muy grave, ya que podríamos encontrarnos ante un círculo sin salida.”
Fue un hombre en el que resalta: su compromiso con su Patria de nacimiento; su compromiso con su Patria de origen; su compromiso con la difusión de la realidad y la historia de los vascos en Perú; su compromiso con el periodismo; y su compromiso con sus principios.
Entonces nos planteamos si seríamos capaces de conservar la memoria de esta figura grande en la historia de nuestra Nación y en la historia del Perú. Y recordando que entre los vascos tenemos una cierta tendencia a no recordar a aquellos de «los nuestros» que han realizado grandes aportaciones a nuestra sociedad, nos preguntamos si esto podría pasar también en Perú.
Hoy, en el día de su cumpleaños, recogemos dos artículos que han preparado desde Perú dos personas que lo conocieron bien. Y después de leerlos nos da la impresión de que esa tendencia al olvido no es una «virtud» exclusiva de los vascos
Les dejamos los dos artículos que nos han enviado desde Perú.
Uno es del periodista Tulio Arévalo van Oordt, que aparte de tener una dilatada y brillante andadura profesional, es vocal y director de prensa de Limako Arantzazu Euzko Etxea – Lima Basque Center.
El otro es de un viejo y querido amigo de este blog. Lino Bolaños Baldasari. El poeta, cantautor, escritor, y ahora director de la Revista Oiga que inicia una nueva etapa bajo el impulso de viejos amigos y admiradores de la labor y del compromiso de Paco Igartua. Decimos que es un viejo y admirado amigo porque cuando visitó Euskadi nos regaló un tema sobre el bombardeo de Gernika que grabamos, para compartir con todos nuestros lectores, bajo el Árbol de las Libertades vascas.
En el Perú de hoy falta la voz de ‘Paco’ Igartua
Tulio Arévalo van Oordt
Tulio Arévalo van Oordt. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de San Martín de Porres, de Lima, Perú. Con casi tres décadas dedicadas al periodismo, ha sido redactor principal de la revista Oiga, colaborador de la revista Arte Actual, editor de las revistas Vivir Bien y Magaly TeVe, columnista de los diarios La Razón y Panorama Cajamarquino. Ha sido además reportero, productor periodístico y productor general de programas periodísticos en los principales canales de televisión peruanos, así como productor y conductor de programas de radio. También ha ocupado cargos en diversas entidades del Estado Peruano como asesor en comunicaciones e imagen. Profesor universitario y periodista independiente, es una de las voces defensoras de la libertad de prensa y de expresión en el Perú. Actualmente es vocal y director de prensa de Limako Arantzazu Euzko Etxea – Lima Basque Center.
A poco más de un mes de haber celebrado el bicentenario de la independencia del Perú, recordamos a quien fuera uno de los defensores más aguerridos de la libertad de prensa y de expresión en el Perú: Francisco ‘Paco’ Igartua, que este mes cumpliría 98 años, gran parte de los cuales dedicó al periodismo, el único oficio que sabía para ganarse la vida. Un oficio que desarrolló apasionadamente desde 1943, primero en las páginas de los diarios Jornada y La Prensa, y luego en la entrañable revista Oiga, que fundó en 1948. Con los años la revista se convirtió en una leyenda de la prensa escrita peruana e Igartua en un referente del periodismo en el Perú.
Recuerdo que los editoriales escritos por ‘Paco’ Igartua, provocaban escozor, urticaria, en la clase política del Perú, cuando no en los funcionarios y autoridades de alto nivel como Ministros de Estado o Alcaldes. Sus columnas de opinión cargadas de ironía, claras, puntuales, precisas, se convirtieron en modelos de cómo usar las palabras exactas para llamar a las cosas por su nombre sean buenas o malas. El análisis, las denuncias y reportajes que se publicaban en sus páginas se convertían en temas de interés nacional y marcaban la agenda periodística de los medios de comunicación peruanos.
Aquella Oiga auroral de 1948 duró pocas semanas. Fue cerrada de inmediato por el gobierno del general Manuel Odría. Las duras críticas contra la dictadura le valieron una temporada en prisión a Igartua. De allí su tenaz e inclaudicable defensa de la libertad de prensa y de los valores y principios democráticos.
Paradójicamente la competencia de Oiga, fue otra revista fundada por ‘Paco’ Igartua, Caretas, en 1950. Siendo director periodístico de ese semanario, fue exiliado a Panamá. Sin embargo, logró volver a escondidas del exilio y se ‘asiló’ en el viejo local del diario El Comercio. El único periodista en el mundo que se refugió en la sede de un periódico y que además pudo levantar la orden de expulsión en su contra.
Luego de esa anécdota, Oiga volvería a las andadas en 1962 y en 1974, otro dictador lo deportó nuevamente, esta vez a México. El delito de ‘Paco’ fue protestar contra la confiscación de los diarios y la reglamentación impuesta a la prensa por el general Juan Velasco.
A 17 años de su partida, la prensa peruana, salvo honrosas excepciones, parece haber olvidado el legado de Francisco Igartua. Abundan los mercaderes de la información, esos que van detrás de la suculenta publicidad estatal para asegurar sus ganancias. Aquellos que se han olvidado de la responsabilidad que tiene el periodismo de señalar lo malo y decirle malo, de denunciar la corrupción y no mirar al costado como si no pasara nada; se han olvidado de la imparcialidad, para censurar solo aquello que golpea sus intereses.
En este momento, en que el Perú vive una de sus horas más oscuras, vale la pena recordar esta cita biblíca: “Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma”. (Ezequiel 3: 17 – 19)
Esta cita resume a la perfección la responsabilidad de la prensa. Ser ‘atalaya’, estar vigilante, llamar la atención sobre lo que está mal. De no hacerlo se es cómplice, culpable. Y sobre esto no se puede decir que Oiga o Igartua se hayan tapado los ojos alguna vez, cuando de decir las cosas claras se tratara. No por las puras el último número de la revista salió en 1995, sin haber alquilado su línea editorial a los intereses de la dictadura de Alberto Fujimori. La revista se fue peleando sola en defensa de la libertad de prensa, con su director enfrentándose a molinos de viento, respaldado por sus redactores que eran seguidos día y noche por agentes de la Dinfo (la Dirección de Información del Ministerio del Interior, donde más de un reportero tenía archivado un file con su nombre detallando sus actividades, según me lo contaría años más tarde un coronel del ejército, ex director de esa dependencia).
Para ese último número de Oiga no había dinero. La imprenta ya no daba crédito, había que pagar la impresión al contado. ‘Paco’ recurrió a uno de sus años más entrañables para costear esa edición. El pintor Fernando de Szyszlo vendió uno de sus cuadros que adornaban la sala de su casa, uno de esos lienzos que el artista pinta y dice “este no lo vendo”. Y es que Szyszlo compartía con Igartua los mismos principios y valores de defensa de la libertad de prensa y de expresión.
En el Perú de hoy, ante la amenaza comunista, o de un golpe de estado, y de recorte de publicidad estatal, los grandes medios de prensa siguen suavizando su tono, como los manotazos de un ahogado que intenta salvarse. Se han olvidado que decir la verdad y llamar la atención sobre lo malo es algo que no se negocia ni por lo que se debe recibir de más. Han olvidado, como escribió el apóstol Pablo en una de sus cartas a Timoteo, que el obrero es digno de su salario. Cuanta falta hace la voz de ‘Paco’ Igartua, cuanta falta hacen sus editoriales, cuanta falta hace Oiga.
Hace ya noventa y ocho años, un día como hoy, nació Paco Igartua Rovira, en la provincia limeña de Huarochirí.
Aquel hermoso Huarochirí, que dio cuna a los más hermosos mitos andinos, recogidos por el padre Francisco de Ávila, en 1598, vio nacer a un hombre que dejaría su marca en la historia del periodismo peruano.
Contaba Paco Igartua, que el sentimiento andino lo había marcado profundamente y había determinado su pensamiento y su acción, al igual que Francisco de Ávila, el otro Paco que ahora menciono.
Cuenta esta recopilación coherente del Siglo XVI que es considerada la Biblia quechua, la historia de Koniraya que, enamorado de la bellísima Kavillaca, la persigue desde los andes hasta el mar. Ella nunca voltea a mirarlo pues, inicialmente, se presentó como un mendigo y era en verdad, un dios espléndido.
Así, del mismo modo, Paco Igartua, con su poncho peruano, persigue una verdad que es de por sí cambiante, efímera y a la que nunca alcanzará, como sucede realmente con todos aquellos que van detrás de un ideal que trasciende nuestra precaria existencia.
Paco fundó una revista que lo hizo ser perseguido por dictaduras, que lo llevó al destierro, que lo obligó a enfrentarse a los poderosos. La revista Oiga es una fuente ineludible para quien quiera conocer la historia del Perú en el siglo XX.
En la historia de Koniraya, este da de comer a Kavillaca una lúcuma en la que deja su esperma. Entonces gesta ella a un niño sin saber quién es el padre.
Paco Igartua, de la misma manera, dejó una profunda huella: un hijo al cual nunca pudo alcanzar, pues, como en la mitología andina, se convirtió en el islote, que está frente a Pachacámac.
Yo conocí a Paco cuando, sin dinero, le contó a mi papá en 1978, que iba a lanzar, nuevamente la revista Oiga. Recuerdo los primeros números de aquella etapa.
Y recuerdo cómo volvió al formato de la revista Times.
Era un deleite leer Oiga, pues contenía artículos donde había espacio para la reflexión. Y marcaba diferencia con otros medios, más inclinados al entretenimiento, al magazín. El compromiso con la verdad y con los valores democráticos lo hizo padecer tantas veces las arbitrariedades de las muchas tiranías que han asolado nuestra patria.
Y hoy, en esta fecha, igualmente recordamos la última edición de Oiga, agobiada por la dictadura fujimorista, por su posición crítica, independiente que denunciaba los planes macabros para perpetuarse en el poder.
Hasta ahora, la revista Oiga es un recordatorio, como aquellos islotes monumentales que permanecen incólumes en el tiempo, de aquel impulso innegociable de Paco Igartua, por encontrar un mejor Perú para los peruanos. Por eso nuestro compromiso por darle vida, más allá de las vicisitudes del tiempo y la indiferencia humana.
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